viernes, 23 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 36

—¿Ichi? ¿Estás ahí? —pregunté a la puerta del baño de la que salían los sollozos y tras la cual, supuestamente, se encontraba mi amigo llorando. Por cierto, todo sea dicho, aquel era uno de los baños más pestilentes que me había encontrado en mi vida—. ¿Qué te pasa? ¿Es por lo que ha dicho Luna? —continué sin recibir otra respuesta que balbuceos y alguna que otro ruido de “sorbimiento” de mocos que consideré muy acorde con la limpieza del lugar—. Mira no quiero mentirte. Sí que me acosté con alguien. Con Miguel. El chico de mi trabajo. Pero no tienes que enfadarte por eso. Es… no sé. Me gusta. Y es ciego. Eso une mucho. Necesito a alguien que entienda esa parte de mi vida. Es importante… no funcionaría con alguien que ve. Somos de mundos distintos.

Seguí sin recibir contestación alguna, pero al menos los sollozos terminaron. El servicio quedó en completo silencio.

—Ichi ¿estás bien? —pregunté una vez más preocupado por si le había dado un síncope ante mis revelaciones. El sonido de la cisterna desmintió que mi amigo estuviera inconsciente.

—Sí, Santi, estoy bien —dijo abriendo la puerta—. No te preocupes. Me alegro mucho por ti y por Miguel.

Me dio un beso en la mejilla y salió del baño a toda prisa. Quise seguirle, pero mi vejiga estaba apunto de explotar y tuve que aliviarla. Para cuando conseguí volver a la mesa, no había rastro de él.

—Aquí no ha venido —dijo Luna—. Creía que seguía en el servicio.

—¿Por qué se habrá ido? Vale que estuviera llorando, pero tampoco creo que fuera tan espantoso que le contara que me había liado con Miguel para salir corriendo.

—Luego dicen que las chicas somos complicadas.

—Sí, a veces me gustaría ser heterosexual.

—Aun así, eres un borrico —me riñó mi amiga—. Mira que contarle eso de sopetón cuando está triste. Tienes el tacto de un percebe.

—Eso parece —acepté con resignación—. Va a estar sin hablarme un mes.

—Como poco.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 35

—Nooooooo, que va. No me he acostado con nadie —dije nervioso al darme cuenta de que Ichi estaba detrás de mí y que había oído lo que Luna había dicho. Aunque lo mismo podría haberlo escuchado desde dos calles de distancia porque mi amiga lo había dicho a grito pelado. No es, precisamente, muy discreta la chica.

—Ya.

—¿Y tú? ¿Has tenido sexo en las últimas horas? —le preguntó Luna riendo. Ya he dicho que la discreción no es una de los puntos fuertes de su personalidad.

—Puede que sí —respondió Ichi seco. Parecía más una pulla dirigida a mí que una confesión, pero no dejaba de ser relevante que no negara tajantemente esa posibilidad. Sobre todo teniendo en cuenta que su supuesta pareja tampoco lo había desmentido. Eso tenía que significar algo—. Tengo que ir al servicio ¿me pedís un zumo de naranja?

—Claro —respondió mi amiga. Siguió con la mirada el paseo de Ichi hacia el baño y cuando estuvo segura de que era imposible que nos oyera de nuevo, continuó—. Venga, admítelo ¿quién es?

—Vale —le contesté susurrando temiendo que se repitiera la situación anterior e Ichi estuviera a mi espalda—, me acosté con Miguel.

—¡Qué guay! —dijo la chica con alegría aunque imitando mi tono—. ¿Y qué tal estuvo?

—Fue genial. No había tenido nunca algo parecido. Y no solo por el sexo, que ha sido fantástico, también por todo lo demás. Hemos estado horas hablando y riéndonos. Ha sido una auténtica pasada.

—Sí, muy bonito ¿Y de talla qué tal?

—Nada que objetar.

—Vaya, que declaración más decepcionante —dijo mi amiga con bastante menos entusiasmo.

—No he dicho que estuviera mal.

—Sí, bueno ¿al menos lo haría bien?

—Sí, eh… creo que tengo que ir al baño, perdona —anuncié algo incómodo por el rumbo que estaba tomando la conversación. No me apetecía narrar mis intimidades en ese momento.

Me dirigí hacia el servicio con bastantes complicaciones. Es difícil moverse por un bar atestado siendo ciego. Para cuando conseguí llegar, las ganas de orinar habían dejado de ser una excusa ficticia y se habían vuelto una necesidad verdadera. Sin embargo, no pude desahogarme de inmediato. Alguien lloraba en una de las cabinas.

—¿Ichi? —pregunté.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 34

Luna, como si supiera secretos de estado y temiese que la CIA le hubiera pinchado el aparato, se negó a contarme nada por teléfono y me hizo quedar para que pudiéramos hablar alrededor de un café. Sabía perfectamente que su verdadera intención era obligarme a calmar su aburrimiento y que en lugar de café encontraría unas cuantas cañas, pero acepté. No era precisamente el plan que más me apetecía, sin embargo, la curiosidad que sentía era demasiado grande como para negarme.

—No sé de qué me estás hablando —dijo mi amiga una vez nos reunimos, confirmando de paso mis sospechas sobre su motivación para que-dar conmigo—. Lo último que supe de Ichi fue que echó la papilla en tu recibidor.

—Sí, pero después de ese agradable suceso yo tuve que salir a hacer unas cosas y dejé a Ichi al cuidado de Sergio y Marc.

—Vaya idea tuviste —me respondió—. Lo mejor que podría haber pasado es que esos dos se enrollaran.

—Sí, vale —contesté algo molesto por su sugerencia—. Pero eso no fue lo que ocurrió, sino que Marc, presuntamente, se acostó con Ichi.

—¿Presuntamente?

—No quiero sacar conclusiones precipitadas —respondí.

—¿Perdón? —preguntó divertida.

—Al menos no quiero darlo por seguro. Sería muy raro. Marc es mi exnovio e Ichi siempre ha estado por mí ¿Qué pensarías si yo me enrollase con uno de tus ex?

—Ya lo hiciste —contestó—. Tony.

—Ah, sí… aunque yo no estaba enamorado de ti. Es una situación completa y totalmente diferente.

—Perdona que corte el absurdo reinante en esta agradable conversación pero ¿te ha sucedido algo? Estás… resplandeciente. Y cansado… ¡Tú te has acostado con alguien!

—Eh... Noooooooo.

—Sí ¡Anoche tuviste sexo! —concluyó ella a voz en grito.

—¿Qué? —preguntó otra voz desde mi espalda con un toque triste—. ¿Con quién te has acostado?

Por supuesto la voz pertenecía a la persona que menos gracia podía hacerle esa revelación. Era Ichi. Tengo una suerte pésima.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 33

La alusión de Sergio sobre la naturaleza de mi recién estrenada relación revoloteó tentadora por mi mente y, durante unos segundos, estuve a punto de ceder a ella y abandonarme a la paranoia. Pero por mucho entretenimiento que pudiera proporcionarme, además de incrementar mis gastos en terapia psicológica a largo plazo, no era el momento indicado. Por lo menos, aún no. Hasta yo consideraba prematuro empezar a rayarme después de apenas 12 horas de nuestro primer beso (el segundo, de hecho, pero yo me entiendo). Además, había temas pendientes mucho más divertidos en los que emplear la mañana del sábado. Como, por ejemplo, el supuesto rollo entre Marc, mi exnovio ninfomaniaco, e Ichi, mi amigo friki y admirador secreto (no tan secreto) de un servidor.

Todavía no podía creerme que fuera verdad. Me extrañaba mucho que Marc me hubiera dejado sacar esa conclusión de no haber sido cierta teniendo en cuenta lo poco discreto que era en cuanto a sus relaciones y lo mal que se llevaba con Ichi. Ese tipo de proceder le hubiera pegado más a mi otro exnovio, Sergio... madre mía, a este paso, como siga acumulándolos voy a poder que crear una asociación. "Clubs de Examantes de Santi que Siguen Siendo sus Amigos Aunque Ocasionalmente Moje con Alguno" se llamaría. El CESSSAAOMA (puede que le sobren un par de letras). Nos reuniríamos una vez al año en un pabellón de congresos y les asignaría números que indicasen su orden en mi vida para dirigirme a ellos. Así no tendría que recordar tanto nombre. Solo números. Pero, por supuesto, serían números ordinales que son muchísimo más divertidos ¿Para qué llamar a alguien "cincuenta y dos" pudiendo ser "quincuagésimosegundo"? No hay color. Claro que dudo que llegue a esas cifras.

En cualquier caso, que se me va el santo al cielo, quería enterarme de lo sucedido entre esos dos. Y no había mejor fuente de información sobre la vida de Ichi que el cuarto miembro de mi reducido y selecto grupo de amigos: Luna, Así que cogí el teléfono para llamarla sin poder evitar preguntarme por un instante si tendría que empezar a contar a Miguel como parte de ese grupo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 32

Si narrara lo que ocurrió en casa de Miguel, me censurarían hasta el apellido. Así que me limitaré a decir que me lo pasé muy bien... varias veces, que dormí bastante poco y que cuando, a la mañana siguiente, regresé a casa estaba tan agotado que me quedé dormido en el sofá antes de poder tomarme el café que acababa de preparar para desayunar. Por suerte era sábado o habría faltado otro día más al trabajo. A ese paso, iba a tener que autodespedirme.

Me despertó, sobre la hora de comer, el sonido del teléfono. Mientras emergía definitivamente de mi estado onírico y el duermevela se diluía, pude oír a Sergio cogiendo el auricular. La conversación duró escasos segundos, como si alguien se hubiera equivocado, aunque no conseguí entender lo decía.

—¿Quién era? —pregunté más por dar cuenta de mi presencia que por interés en saberlo.

—Eran de la compañía de la luz para hacerte una oferta —me informó mi exnovio—. ¿Te han despertado?

—Un poco.

—Pues vaya putada, porque no has debido dormir mucho ¿no? —dijo Sergio divertido.

—Llegué un poco tarde —respondí.

—Ya te digo. Ni siquiera te oí entrar.

—De hecho, ha sido esta mañana —confesé.

—Oh, estoy asombrado —se rio mi exnovio—. Te tuvo que ir muy bien.

—No me puedo quejar.

—Venga, no me obligues a sonsacártelo.

—Pues estuvo muy bien —dije—. Fue tan… tan… estupendo. Tan genial... que… no sé ni cómo describirlo. Aún no me creo que sucediera. Hacía tanto que no me sentía así que hasta he olvidado cuándo ocurrió —continué, aunque esa frase fuera una mentira. Recordaba muy bien la última vez que me había sentido de aquella manera. Fue el día anterior a que él, Sergio, cortara conmigo. Pero preferí no mencionarlo. Resultaba poco apropiado.

—Parece que te has echado novio —rio Sergio—. Qué bonito y qué tierno.

—Ey, tranquilo, que solo nos hemos acostado —me quejé—. No vayamos tan rápido.

martes, 6 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 31

Poco permanecimos en aquel bar. Algo se había encendido en nosotros. Un ansia irrefrenable que no podíamos, ni queríamos, reprimir y que era poco apropiada para un lugar público. Así que pusimos rumbo a su casa, donde podríamos dejarnos llevar por nuestros instintos más primarios. El camino fue largo y tardamos el doble de lo necesario pues éramos incapaces de dar dos pasos seguidos. Nos besábamos en cada esquina, nos sobábamos para notar la forma del cuerpo del otro y poder confirmar antiguas deducciones, tocábamos en lugares a los que solo habíamos soñado llegar y que no queríamos dejar de conocer.

Tan entregados estábamos que incluso, llegamos a equivocarnos de calle. Pero, al final conseguimos encontrar el portal del edificio en el que vivía Miguel. Una frontera que transformaría todo eso en real. En algo. No sé en qué, pero sería algo. Tras tanto tiempo esperándolo, esa puerta y unos tramos de escaleras eran lo único que me separaba de ese algo. Pero, para ser sincero, en ese momento me era completamente indiferente. Mi cerebro estaba desconectado y otras partes de mi anatomía tenían el control absoluto de mis actos y mis pensamientos. Lo único que me importaba era el momento en cuestión. Ese momento en el que nos encontrábamos ascendiendo escalón a escalón, lamiéndonos el cuello, metiéndonos mano con lujuria, descamisándonos mutuamente y desabrochándonos los cinturones de cuero. Cualquier otra cuestión ajena a eso o a lo que le seguiría, me era absolutamente indiferente.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 30

Bastante más tranquilo de lo que es habitual en mí en situaciones como en la que me encontraba y fumando menos de lo esperado, llegué al bar en el que había quedado con Miguel, una tasca de las de toda la vida frecuentada por los empleados de mi empresa y que contaba con la enorme ventaja de que solía estar vacía a esa hora de la tarde. Eso y que ya estaban tan acostumbrados a la presencia de ciegos que iban a tratarnos igual que al resto de los clientes. Estupendo para mantener una agradable charla con alguien que te gusta mucho pero con el que sabes que no tienes ninguna oportunidad a pesar de haber compartido un intenso y olvidado momento de intimidad … Puede que no estuviera tan relajado como me figuraba. Apuré el cigarro antes de entrar en el bar. No sería el último que fumase porque mi cita se retrasó considerablemente.

—¿Llevas mucho esperando? —me preguntó Miguel cuando llegó.

—No —mentí. Me había dado tiempo a nicotinizarme en la calle unas cuantas veces, a beberme dos cervezas y a que mis nervios se desbocaran sin control.

—Lo siento, me entretuve un poco más de lo esperado —dijo sentándose a mi lado. Insisto en que era a mi lado, no en frente. Eso tenía que significar algo. O, para no romper con la tónica habitual, quizás lo único que ocurría era que me comía demasiado la cabeza. En cualquier caso mi corazón se aceleró y se me erizó el vello.

—No te preocupes, ha valido la pena —contesté. Eso en mi pueblo se llama "dejarlo caer a ver si cuela". Si tenía alguna posibilidad era mejor ir dando señales. Al menos eso era lo que me aconsejaba mi nivel de alcoholemia. También acerqué la rodilla hasta que entró en contacto con la suya.

—Bueno ¿qué tal te lo pasaste en la fiesta? —me preguntó mientras, bajo la mesa, apartaba su pierna de la mía. En cualquier tratado de comportamiento social eso significa que pasaba de mí. Debería ir haciéndome a la idea.

—Tuvo sus momentos —respondí aún a riesgo de que eso me costara otra sesión de“¿me echaste de menos porque te aburrías o te divertías tanto que te olvidaste de mí?”. Si no iba a pasar nada entre nosotros, podía ser sincero y contarle lo horrible que me había parecido—. No congenié especialmente con nadie —continué. Era incapaz de decirle la verdad a la cara—. A lo mejor es que tus amigos son demasiado intelectuales para mí.

—La mayoría son algo especialitos. A mí, cuando me cuentan lo de los cuadros hechos con cáscara de nuez y cosas por el estilo me da la risa. Pero son mis amigos de la niñez y tengo que aguantarles. Qué se le va a hacer.

—Sí, los míos también son para echarles de comer a parte. Solo hay que ver a Ichi, un día está vomitando en mi casa y al día siguiente se está quitando la resaca a base de sexo con mi exnovio al que, no hace mucho, odiaba profundamente.

—¿Y tú tienes mucha resaca? —me preguntó.

—La verdad es que fui un niño bueno y no bebí ni un trago —repliqué—. Al contrario que otros…

—Entonces te acuerdas de todo lo sucedido.

—¿Eh? —conseguí articular.

—Lo tomaré como un sí.

Y así, sin más complicaciones y sin haberlo visto venir, Miguel me besó.

—Yo también me acuerdo —dijo.