viernes, 21 de diciembre de 2012

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 11

Los diversos dolores que asolaban el cuerpo de Sergi, junto con la mala leche que le producía que los Conjurados se hubieran convertido en los nuevos defensores oficiales de la ciudad, le hicieron decidirse por dedicar el día en exclusiva a su vida civil. Unas cuantas clases en la universidad “copiando” conocimientos, un rato realizando las labores del hogar imprescindibles para que no declararan su casa zona de peligro biológico, una visita rápida al supermercado y, sobre todo, varias horas tratando de escribir el guión de su nuevo cómic. Si no empezaba a meterle tiempo, la fecha de entrega llegaría sin que hubiera terminado, lo que no sería una buena noticia para sus relaciones (las profesionales y las no tan profesionales) con el editor y para su bolsillo. Eso último, desde luego, era algo que no se podía permitir. Ser un héroe enmascarado, es un hobbie bastante caro: Armas del mercado negro, aperos de escalada de la máxima calidad, cachivaches tecnológicos a la última, botas especiales, suplementos proteínicos para mantener la musculatura, algunas clases de novedosos estilos de lucha, los pagos mensuales del gimnasio y analgésicos suficientes suficientes para suplir un pequeño hospital. Eso sin contar que cada vez que se le desgarraba un uniforme tenía que hacerse otro nuevo. Los superhéroes no podían ir a defender el mundo con remiendos. Hay que mantener una imagen. A los Vengadores nunca les verás por ahí con un cosido. Si Ultron o el Doctor Muerte les deja en harapos, ya se dan prisa ellos en agenciarse un traje nuevo para la siguiente aventura. Claro que a ellos les sale gratis porque se los hace Reed Richards, el de los 4 Fantástico. Si tuvieran que estar comprando tela cada dos por tres, seguro que dedicaban más horas a los trabajos de sus identidades secretas (¿Alguien recuerda haber visto al Capitán América dibujar un cómic o a Thor pasando consulta en los últimos años?).

— Al paso que voy con esto — pensó Sergi — voy a tener que taparme los rotos con parches… al menos, quedará suficientemente gay.

Y es que la historia se le estaba resistiendo. Por alguna razón, lo planteara como lo plantease, sus héroes siempre acababan apaleando a un par de monjes vestidos de rojo que se hacían llamar “Los Idiotas Hechizados”. Estaba claro que su originalidad y su creatividad no estaban en su mejor día.

Por un momento (en realidad, fueron muchos momentos) Sergi se planteó llamar a Mario y terminar lo que habían comenzado el día anterior, pero al final lo dejó por imposible. Con la cantidad lesiones que había acumulado en los últimos días, lo máximo que podría hacer con él era dejar que le diera un masaje… lo que parecía una idea un tanto precipitada teniendo en cuenta que lo acababa de conocer. Quizás sin en un tiempo acababan siendo amigos (o lo que fuera) podría aprovecharse gratuítamente de sus conocimientos fisioterapeúticos sin sentirse culpable.

Pero descartar quedar con Mario y decidir dedicar el día a los asuntos de su identidad secreta, no significaba que el mundo tuviera los mismos planes para él. Y, para disgusto de sus pobres músculos doloridos, quien le impidió seguir concentrado en sus quehaceres civiles no fue Mario para ofrecerle un masaje gratis, sino un mensaje de Bolea para pedirle que le echara una mano con un asuntillo bastante importante:

“¿Recordás los mafiosos que volaron? Pues acabo de encontrar el cadáver de Pinoli y no está nada chamuscadito.”

— Puede que, con un poco de suerte — pensó Sergi resignado mientras se embutía en su traje de superhéroe — consiga sacar alguna historia para el guión del cómic.



lunes, 17 de diciembre de 2012

Gente Diferente 7

Acabada la noche, el camello y sus guardaespaldas se marcharon. Mientras, Zac y Robert les seguían de cerca. Al cabo de un cuarto de hora, el camello entró en un edificio abandonado anexo al puerto de Leith. Sus matones, continuaron de vuelta hacia al centro de la ciudad.

Dentro, los dos amigos pudieron contar cinco personas, contando al camello.

—Ya sabemos dónde se esconde. Ahora nos iremos a pensar cómo putearle.

Pero Zac no parecía estar de acuerdo con la idea de marcharse. En un ataque de furia, salió de su escondite y corrió hacia el camello. Esta vez no estaban sus guardaespaldas.

—Mierda, mierda, mierda —pensó Robert mientras se quitaba el pendiente. Era una buena oportunidad para darle alguna utilidad a la extraña luz.

El camello no llamó a nadie para que le ayudase. En vez de eso, esperó sonriente a que Zac le alcanzara. El chico le derribó y le dio un puñetazo en la mandíbula. El traficante, le golpeó un par de veces en las costillas. Zac se apartó tambaleándose, como si estuviera drogado. El camello respiraba pesadamente y sangraba por el labio. Y, en ese momento, la tierra comenzó a temblar.

Robert, entretanto, había comprobado que la luz era una especie de piel corrosiva. Cuando uno de los matones del camello la tocó, se retorció de dolor y cayó al suelo. Para consuelo de Robert, todavía estaba vivo.

El temblor fue en aumento. Unas amplias grietas se abrieron por el suelo del almacén y unas cosas parecidas a plantas o, mejor dicho, a corales, surgieron por ellas. La gente huyó hacia la puerta. Pero no el camello. Y tampoco, Zac. El chico, señaló a su contrincante con el dedo. Los corales se dirigieron hacia él y lo rodearon. Una carcajada inundó el almacén, imponiéndose al ruido reinante. Robert giró la cabeza para ver quién se reía. Había alguien más allí. Una extraña silueta vestida de negro. No pudo fijarse más. En ese momento, el techo se vino abajo y tuvo el tiempo justo para sacar a su amigo de allí.

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viernes, 14 de diciembre de 2012

Gente Diferente 6

Zac y Robert habían quedado con sus amigos en la zona de bares de Edimburgo. Zac iba contando chistes malos, como de costumbre, pero Robert no le hacía caso. Su nueva condición de PEC, el miedo a que, a pesar del pendiente, volviera a aparecer la luz, el pánico que le daba que alguien pudiera reconocerle, la conversación con Michael y que su novia Sam no hubiera querido ponerse al teléfono, ocupaban la mayor parte de sus pensamientos.

La noche pasó de pub en pub, bebiendo, bailando, riendo y hablando. Cuando salían de uno se tropezaron con un tipo muy delgado, pálido y con unas pronunciadas ojeras.

—Hola, tíos —dijo con un tono lento y profundo—. ¿Queréis pasarlo bien? —Del bolsillo sacó unas bolsas con pastillas de colores—. ¿Qué os parece? La primera es gratis.

Algunos de los amigos de Robert accedieron. Zac, no se lo tomó tan bien.

—No queremos de esa porquería. Lárgate por donde has venido.

El camello, en lugar de enfadarse, hizo un gesto. Dos hombres altos, muy musculosos y con cara de enfado se acercaron a Zac.

—Si quieres discutir algo hazlo con ellos. Yo tengo trabajo —dijo con una sonrisa.

Zac se iba a lanzar a darle un puñetazo, pero Robert le sujetó del hombro y le llevó a un lugar lejos de los matones.

—¿Estás loco? Podrían matarte.

—Tío, son nuestros amigos.

—Así lo único que hubieras conseguido es que te abrieran la cabeza.

Zac bajó la cabeza en señal de que asumía el error y Robert continuó:

—¿Y por qué te preocupas tanto por una pastilla? Es algo fuerte, sí, y me parece una idiotez, pero dudo que sea la primera vez que nuestros queridos amigos lo prueban.

—Mi prima lleva una semana en coma gracias a lo que le pasó ese tío. Ni siquiera en el hospital supieron decir qué era lo que se había metido.

—¿Andrea está en coma? ¿desde cuándo se mete drogas?

—Mi querida prima ha cambiado mucho desde que cortasteis.

—¿Estás seguro de que es el mismo?

—Claro. Primero fue su camello, luego se enrollaron ocasionalmente. Por lo que parece, la pastilla era su forma de cortar con ella.

—Entonces, es personal ¿Le denunció tu tía?

—Sí, dicen que le están buscando, pero me parece una patraña. Cada fin de semana está por esta zona.

—Tendremos que ayudarles.

Zac hizo una señal de aprobación.

—Nadie toca a Andrea y se va sin recibir un par de miles de patadas.

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jueves, 13 de diciembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 69

De nuevo desnudo, aunque en esta ocasión sin más acompañantes, me senté en el plato de la ducha con las piernas cruzadas y abrí el grifo a plena potencia. El agua caliente me envolvió al instante y comenzó a resbalar por mi cuerpo, relajando los músculos y reduciendo ligeramente las tensiones. Sin embargo, el efecto que más deseaba de este tratamiento, una abstracción mental que me permitiera olvidarme temporalmente de mis problemas, me estaba siendo vedado. Era de esperar. No solo aún me hervía la sangre al recordar la absurda escena que había montado Miguel. A eso, mi hiperactivo cerebro había añadido nuevas preocupaciones como el daño que haría a Sergio al contarle las actividades de su pareja o las mentiras que Víctor pudiera decirle sobre mí para esconder su culpa. Sin olvidar, por supuesto, la cuestión más importante de la lista: el futuro de mi relación. Tenía que tomar una decisión y debía hacerlo pronto. Miguel no tardaría en llegar y sería mejor saber qué le iba a decir antes de que se sentara en el sofá. Por un lado, estaba claro que ese tipo de relación iba a ser difícil de soportar, pero siempre cabía la posibilidad de que en unos años evolucionase lo suficiente para que nos satisficiese a ambos. Puede que Miguel acabase convirtiéndose en el novio perfecto o, lo mismo, después de este incidente era yo el que me transformaba en el amigo con derecho a roce ideal. A lo mejor, tras este despertar a la realidad y la muerte de mis esperanzas futuras, se me hacía más sencillo llevar una relación esporádica. Y si cortábamos ¿desaprovecharía una oportunidad de oro o simplemente me liberaría? ¿Debía dejar que las cosas siguieran su curso natural y se asentasen a su ritmo o, por el contrario, buscar algo más sencillo? A lo mejor, el problema era yo mismo al analizar las cosas en exceso y aspirar a metas que, de antemano, ya me habían avisado que no conseguiría. Y, además, se trataba Miguel. El tío con el que había soñado durante meses. El hombre que hacía que se me acelerase la sangre y se me pusiera el vello de punta con solo decirme buenos días. Ese chico tan ideal que incluso era ciego, estaba conmigo y nos lo pasábamos estupendamente ¿Cuál era la probabilidad de encontrar a alguien similar?

Salí de la ducha y me puse lo primero que encontré sin preocuparme por tonterías como el color, si me marcaba el culo o si era sencillo de quitar. Unos pantalones y una camiseta que evitaran que me resfriara era todo lo que necesitaba para poder tener la conversación que se acercaba. En el hipotético caso, claro esta, de que Miguel se presentara, algo que no acababa de dar por seguro. Lo mismo, era aún más egoísta de lo que suponía y continuaba en su casa jugueteando con Víctor.

El timbre sonó un par de veces. Allí estaba. Le dejé pasar y, sin darnos dos besos ni nada, él se sentó en el sofá. La tensión se sentía en el aire y mi cuerpo temblaba de puros nervios.

—No quiero seguir con esta relación, sea la que sea —dije casi sin pensar. Al final, había sido muchísimo más sencillo de lo que nunca me habría imaginado.

martes, 11 de diciembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 68

Desnudo sobre el sofá, los labios de Miguel besaban los míos con pasión. Su lengua, cuando quedaba libre, lamía mi pecho desde la clavícula a la pelvis y de ahí saltaba al cuello y el lóbulo de la oreja. Sus manos me acariciaban el abdomen. Después, el culo. Después, la entrepierna. Y, finalmente, las tres cosas a la vez…

En defensa de mi cerebro diré que cuando me dedico a ese tipo de actividades, él aprovecha para dejar su puesto y tomarse un merecido descanso. Me imagino que saldrá a activar los enlaces nicotínicos de sus neuronas y a cuidar del hipotálamo. El caso es que no está disponible. Solo así puedo explicar que tardara tantísimo tiempo en darme cuenta de que tal profusión de manos era algo extraña en una persona. Es una verdadera lástima que no hubiese presente (supongo que ya éramos muchos) ningún juez del libro Guinness, porque estoy seguro de que el grito que solté en ese momento era merecedor de un par de récords.

—Tranquilo —me dijo Miguel con tono jocoso—. Solo es Víctor.

—¿Víctor? —pregunté cuando me relajé lo suficiente para poder articular palabra de nuevo—. ¿Tu Víctor? ¿Víctor el de Sergio?

—Sí.

—Hola —saludó el susodicho.

—Miguel ¿qué coño hace aquí? —dije ignorando totalmente al otro. Estaba tan enfadado que si volvía a abrir la boca, podría olvidarme de su profesión de profesor de fitness y romperle un par de muebles en la cabeza.

—Dijiste que nunca habías hecho un trío y no se me ocurría nadie mejor —respondió con naturalidad.

—A ver, quieres hacer un trío con el tío que no es tu novio y tu exnovio, que además es el novio del exnovio del tío que no es tu novio…

—No es tan raro.

—Si cuesta tanto explicarlo es que tiene que ser una mala idea —dije—. Por necesidad. Las cosas no pueden ser tan difíciles. Ni tan extrañas. Una cosa es que te enrolles con alguien, pero esto… todo tiene un límite y esto se lo ha pasado con creces.

—¿Y qué pasa ahora? —preguntó.

—No lo sé —contesté mientras empezaba a vestirme—. Yo me voy a casa a ducharme con lejía y a pensarlo con calma. Si quieres, pásate dentro de una hora o dos. Solo, por favor.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 67

Había quedado a cenar con Miguel a las nueve de la noche en su casa, pero yo ya estaba dando vueltas por los alrededores de su edificio a eso de las ocho y media. Con los nervios de la cita, me había precipitado a la hora de salir de casa y había llegado demasiado pronto. Aunque, a decir verdad, el paseo me estaba sentando bien. Me permitía fumarme un par de cigarros lejos del pánico al fuego de Miguel y, de paso, tratar de aclararme un poco las ideas. Esa sería la primera vez que nos encontráramos desde que Luna me contara que lo vio enrollándose con otro tío y no tenía nada claro cómo iba a ir la velada. De hecho, ni siquiera sabía con seguridad qué era lo que yo mismo sentía en ese momento. Mi primera reacción al enterarme, fue bastante más furiosa de lo que acostumbro, pero eso ya pasó. No tengo ningún derecho a enfadarme. No somos pareja y acepté que tuviéramos una relación abierta. Incluso, creo recordar que le di permiso expreso para que se acostar con otros. Si tenía que estar cabreado con alguien era conmigo mismo por haber admitido un tipo de relación que estaba claro que me costaba manejar y que era poco probable que llegara donde yo (consciente o inconscientemente) quería. Sin embargo, como digo, el enfado con ambos, pasó. En el instante que llamé al telefonillo de su casa, me parece que el sentimiento mayoritario que llenaba mi mente era tristeza al darme cuenta que por mucho que a mí me gustara, eso nunca iba a ser recíproco. Si quería continuar con él tendría que ser asumiendo que jamás llegaríamos a tener una relación fuera de la cama que implicara algún tipo de compromiso, estabilidad o entrega hacia el otro. No había evolución posible. Salvo, como ya había demostrado Miguel, la de incorporar a más gente… tampoco es que su postura estuviera mal, ni nada por el estilo. Simplemente, teníamos intereses divergentes. Y, como ya he dicho antes, yo mismo acepté que fuéramos una pareja abierta.

—Mierda de psicólogo —pensé molesto mientras subía en el ascensor—. Ya no puedo ni cabrearme cuando me ponen los cuernos, sin ponerme a evaluar las motivaciones de la otra persona y la veracidad de mis juicios. Echo de menos la furia indiscriminada.

Pero ese momento no era momento para endurecerse. Todo lo contrario. Tenía que pesar qué decir. Qué hacer. Qué decisión tomar, si es que iba a tomar alguna. Y tenía que hacerlo antes de que abriera la puerta.

—¡Qué bien que hayas llegado! —me saludó él.

—Tenemos que hablar —respondí en un arranque de originalidad.

—Luego, ahora hay cosas más importantes. —Y, sin decir nada más, me arrastró al interior de su casa para besarme apasionadamente.

El ambiente era cálido. Él estaba desnudo. Mi ropa volaba por los aires. Mi cerebro no pudo aguantar más la presión y se desconectó. En ese momento no importaba nada más. Allí se estaba bien.

martes, 4 de diciembre de 2012

Gente Diferente 5

En una de las habitaciones más escondidas del Vaticano, su amo y señor sostenía un acalorado debate con sus consejeros. Tenía que tomar una decisión rápida, si no quería ver desprestigiada su imagen y la de su iglesia.

Realmente, los que discutían eran sus dos visitas. El tema era, por supuesto, los PECs. El cardenal Roku defendía que la Iglesia Católica se pronunciase en contra de los que consideraba unos enviados del Demonio y que debían combatirse para impedir que propagasen el Mal y el Pecado por el planeta. El otro, el cardenal Massini, abogaba porque, de momento y hasta que se pudiera comprobar lo contrario, se les considerase Iluminados del Señor. Desde luego, esa última idea no era la que más adeptos tenía.

El Papa se levantó precipitadamente y mandó callar a sus ministros. Era un hombre joven, aunque la mano que sostenía el báculo temblaba continuamente. La escondió bajo su albo hábito de seda, sobre el que colgaba una cruz visigoda de oro labrada.

—Queridos amigos, no hace falta acalorarse tanto por esta cuestión —dijo su Santidad con tranquilidad y un cierto toque de aburrimiento—. Ahora que he escuchado vuestros puntos de vista, debo retirarme a rezar y pedir consejo a nuestro Señor. Por favor, dejadme solo.

Los consejeros se levantaron de sus asientos de terciopelo rojo de mala gana, pero ninguno protestó. A pesar de que era el tema más importante y delicado desde la Segunda Guerra Mundial, el joven de blanco seguía siendo el jefe de la Iglesia Católica.

Cuando se hubieron marchado, el Papa se cambió de ropa y se echó una cabezadita.

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jueves, 22 de noviembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 66

Luna me invitó a comer en un restaurante japonés. No es que sea mi comida preferida, de hecho detesto el sushi, pero me lo tomé como una penitencia, un esfuerzo que tenía que hacer para volver a conectar con mis amigos más queridos. Al menos, valdría para que mi psicólogo me dejara de darme el coñazo con el tema de mi asociabilidad… aunque tuviera toda la razón. Sin ir más lejos, a Luna no la veía desde la fatídica tarde en la que Ichi se enteró que yo tenía novio (quien dice novio, dice “relación extraña sin demasiada definición”).

Y, como si le apeteciera revivir esos momentos felices, Luna apareció en el restaurante acompañada de Ichi. Creo que “puta” fue lo más bonito que se me vino a la cabeza al darme cuenta de la encerrona. Después recordé que Luna es caótica por naturaleza y, seguramente, ni se había dado cuenta de que la presencia del otro pudiera acarrearme alguna incomodidad. Bueno, a decir verdad, no debería hacerlo. No me había hecho nada personalmente. Pero aún pensaba que estaba utilizando a Marc de alguna forma para vengarse de mí… ¿utilizar a Marc? Hay que ver lo que puede llegar a cambiar la vida.

—Santi ¿Qué tal con tu novio? —preguntó Luna en otra muestra más de su absoluta inocencia. O puede que fuera un ejemplo de su refinada y calculada crueldad. No importa. En cualquier caso, al pobre Ichi le dio tal susto que casi se asfixia con un maki y yo la volví a llamar “puta” en mi cabeza.

—Eh… no es mi novio —respondí algo dubitativo—. No nos ponemos etiquetas ni compromisos.

—Esa frase es tan creíble como cuando le dices a tu madre que el paquete de tabaco que ha encontrado en tu chaqueta se lo estás guardando a un amigo ¿no crees Ichi?

—No, no sé. Mi relación también es de ese tipo —contestó el chico. Su voz desprendía tristeza a raudales.

—De Marc, no me extraña —añadió Luna entre risas.

—Ha sido idea mía —admitió Ichi—. Me va a ser imposible tener un compromiso serio con Marc porque… me marcho unos meses al extranjero.

—¿Qué? —preguntamos Luna y yo al unísono.

—Sí. Estaré un tiempo en Inglaterra. Sergio me ha conseguido el alojamiento y un trabajo temporal.

—¿Y Marc?

—Se queda aquí. Cuidádmelo bien —dijo con una risita forzada—. Si me disculpáis, tengo que ir al baño.

—Mira que eres burra —le reproché a Luna en cuanto Ichi se hubo ido—. ¿Por qué tuviste que sacar lo del tema de mi relación? Le has hecho polvo.

—Creía que estaba encantado con Marc y ya lo había superado.

—Aun así no creo que fuera una elección muy acertada —contesté.

—Tenía que saber si seguías con Miguel, para poder contarte que le he visto enrollándose con otro.

—Ah…

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Gente Diferente 4

Robert le miró confuso. Michael empezaba a parecerle un poco extraño.

—¿Algo más? —preguntó el hombre cuando vio que se quedaba callado.

—Sí, una última cosa ¿por qué me he traído aquí? ¿por qué me salvó la vida?

El viejo sonrió desde su sofá.

—Me alegra que me hagas esas preguntas. —Bebió un poco de té y prosiguió—. Pertenezco a la comisión internacional que se creó en la ONU para estudiaros…

Una idea saltó de pronto, como un chispazo, en la mente de Robert y fue propagándose por sus neuronas. Empezaba a entender qué hacía en casa del hombre y a qué debía su rescate.

—Seguro —contestó enfadado—. A mí me parece que lo que quieren es usarme de conejillo de Indias.

—Solo queremos ayudarte. Por eso se formó la Comisión. Queremos echaros una mano con vuestro don y, al mismo tiempo, investigar su causa.

—Estas ligeramente loco ¿no? Mira, no quiero saber nada. Odio la magia, los espíritus y, especialmente, odio que alguien pretenda utilizarme o estudiarme porque le dé por creer que, por arte de mi Hada Madrina, soy el primo lejano de Spiderman.

—No deberías afrontar esto tú solo —dijo Michael.

—Eso es muy bonito, pero ya le he dicho que no. Además ¿cree usted que puede apartarme de mi familia? Y… ¿qué pasará con mi enseñanza? —replicó nervioso. Necesitaba cualquier excusa, hasta la más ridícula para que le dejara en paz. Si no, siempre podría estrellarle la jarra de té hirviendo en la cabeza.

—Tus padres estarán de acuerdo, no te preocupes. Y respecto a tu educación, será intelectual y física. Como decían los romanos "Mens sana in corpore sano".

—Encima tendré que hacer ejercicio a lo bestia.

—Mira, si no quieres quedarte —dijo el viejo—, Nuria te llevará a tu casa.

Los tres jóvenes se quedaron paralizados. Ninguno se esperaba esa respuesta.

—Te traeré tu ropa.

Con un seco “adiós”, Robert salió tras la española por la puerta. Michael y Sara los siguieron. Nadie dijo nada, ni siquiera el viejo, que se limitó a mirar al chico desde el umbral. El coche arrancó. Unos minutos más tarde, Robert cayó dormido.

Despertó frente a su casa. Cómo sabía la joven o Michael dónde vivía, no lo preguntó. Se despidió de Nuria y subió al apartamento. Esperaba que al abrir la puerta todo el mundo se echase a sus brazos queriendo saber dónde había pasado la noche, diciéndole lo preocupados que estaban, que habían llamado a la policía y esas cosas, aparte de la bronca que estaba seguro que le echaría su padre. Pero al entrar, su familia le recibió como si hubiese salido a comprar el pan. Robert, enfadado se metió en su cuarto.

Unas horas después le llamaron por teléfono. En la calle, sentado en un banco junto a su portal, le esperaba su mejor amigo: Zac McJonnely.

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martes, 30 de octubre de 2012

Gente Diferente 3

Robert se despertó gritando y bañado en sudor.

—Vaya pesadilla —pensó.

Sin embargo, no tardó en hacerse patente que el supuesto sueño no había sido tal. Que la habitación en la que estaba le fuera desconocida le dio una pista. La nota sobre un montón de ropa, se lo confirmó: "Querido amigo: Espero que haya dormido bien, después de un día tan duro como el de ayer. Puede usar el baño si le apetece y le he dejado ropa limpia, que confío sea de su talla. Como supongo que tendrá hambre, le convido a que nos acompañe en el comedor (saliendo, todo recto la segunda puerta a la derecha)."

Aparte de la despedida, no decía más, aunque a Robert ya le parecía bastante. Demasiadas emociones para acabar de levantarse. Pero estaba más que dispuesto a aceptar la oferta de la nota y darse una ducha. También se cambió de ropa, a pesar de que las camisetas de manga corta podían no ser lo más apropiado para el Abril escocés. Terminada la higiene, salió a reunirse con el viejo y con quienes le acompañasen. No le agradaba demasiado ese exceso de suspense. Ya había tenido sorpresas para un mes.

Apareció en una gigantesca biblioteca. Las estanterías se elevaban, repletas de libros, hasta el techo, situado a unos seis metros de altura. A mitad de pared, a modo de segunda planta, una plataforma de hierro forjado a la que accedía por una escalera de caracol, recorría el perímetro. La habitación daba paso a un comedor que ocupaba una gran y sólida mesa de roble con cuatro platos sobre ella. Varios cuadros adornaban las paredes y la chimenea despedía un agradable calor desde la fachada este.

Una sombra cruzó una puerta cercana. Era el viejo. Se presentó como Michael McLowell. Parecía simpático, aunque preguntaba demasiado para no resultar pesado.

Por otra puerta, apareció una chica con una bandeja de comida. Era alta, rubia, tenía los ojos azules y se llamaba Sara. Dejó el almuerzo en la mesa, salió por donde había venido y regresó a los pocos segundos para sentarse frente a Robert.

Un chirrido y una brisa de aire fresco anunciaron la llegada del cuarto comensal.

—Y esta es nuestra chica española, Nuria Ríos —la presentó el viejo. La chica tenía poco que ver con la anterior. Piel morena. Pelo y ojos, negros.

Durante la comida, la conversación fue intrascendente y se basó, principalmente, en el socorrido tema del tiempo. Robert trató de profundizar un poco en lo que preocupaba, pero el viejo siempre le contestaba que lo dejara para más tarde.

—Podrás preguntarme lo que quieras tras el postre —decía—. Ahora disfruta de la comida.

Terminado el almuerzo, Michael le condujo hasta la parte del enorme salón que hacía las veces de sala de estar. Nuria y Sara les siguieron con una tetera y varias tazas.

—Ya puedes hacerme esas preguntas que tenías —le anunció el viejo.

—Eh... —empezó Robert inseguro. Tenía dificultades para plantear la cuestión—. Soy uno de esos monstruos. Quiero decir —rectificó al darse cuenta de que estaba insultándose a sí mismo—, soy uno de esos tíos que hacen cosas raras y la gente odia ¿verdad?

—Eso parece. Eres un PEC, una Persona Extrañamente Capacitada.

—Vaya nombre.

—Sí, es algo rimbombante.

—Pero ¿por qué yo? No he hecho nada para serlo ¿se puede curar?

—Nadie sabe a qué se debe —respondió Michael—. Algunos piensan en la religión. Otros en la genética. Y unos pocos, en abducciones extraterrestres. Personalmente tengo más fe en que se trate de otro elemento más poderoso que todos los demonios y marcianos del mundo.

—¿Cuál es? —preguntó Robert.

—La magia.

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lunes, 29 de octubre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 65

La cara de Miguel debió ser un poema. Fue una lástima no poder verlo porque, desde luego, su tono de voz sufrió varios y radicales cambios, incluyendo un agudo "gallo" de lo más hilarante. Y eso que me limité a decirle (textualmente) "creo que necesito un compañero de piso ¿qué te parece?". Era una consulta de lo más simple sobre mis planes de acoger viajeros ciegos, pero parece que lo entendió como una proposición personal. Vale que el planteamiento era bastante ambiguo y es cierto que lo hice a propósito, pero no esperaba que empezara a hablar como si acabaran de castrarle. "Muerto por compromiso" hubieran dicho los periódicos de haberle sugerido que viviéramos juntos. Aunque si algo me molestaba es que fuera tan tonto para creer que yo podría estar sugiriendo eso. Y me enfadaba más como exjefe que como pseudonovio. No me gusta contratar imbéciles y había que ser ciertamente estúpido para pensar que yo propondría vivir juntos en una "relación" que se basaba en poco más que en una sucesión inconexa de polvos. Bueno, seguro que en algún momento ocurría, pero no a mí. Yo sigo pudiendo diferenciar entre noviazgos y rollos.

—Pero es... demasiado pronto ¿no? quiero decir... es que no llevamos... bueno ¿llevamos algo? porque, en realidad no... no tenemos etiquetas... restringen las relaciones...

—No sé de qué me hablas —dije para que terminase con su interminable letanía de excusas a medio acabar—. Yo te decía que iba a buscar un nuevo compañero de piso.

—¿Qué? —preguntó con un nuevo tono de voz mucho más serio—. ¿Algún otro exnovio? —agregó con inquina. Se ve que descubrir que alojaba a Sergio no le había sentado nada bien.

—No es que me queden demasiados ex que valgan la pena —respondí.

—¿Entonces algún desconocido que esté bueno?

—Viajeros ciegos que estén en la ciudad.

—¿Gais?

—No sé —respondí. Tenía la sensación de que esa conversación no iba demasiado bien, pero no acababa de entender la causa—. Me da igual, aunque si lo fueran tendría menos problemas.

—Ya, lo que quieres es liarte con ellos —dijo con una seriedad y un resquemor que dejaba bien claro que, a pesar de lo que pudiera parecer, Miguel no estaba bromeando.

—¿Estás celoso? —pregunté riéndome. Esa situación era ridícula. Que el hombre antietiquetas se enfadara por lo que pudiera pasar en un poco probable futuro con un hipotético huésped me parecía algo absolutamente surrealista. Especialmente porque, hasta donde yo recordaba, tenía su permiso expreso para liarme con quien quisiera. Empezaba a temerme que Miguel era de esos que defendían las parejas abiertas solo en los casos en los que el abierto era él.

—¿Celoso yo? —dijo con desprecio, volviendo a poner la pose de “yo soy muy liberal”—. Ya te gustaría.

—Te prometo que si me compañero de piso está bueno, solo le pondré la mano encima si hacemos un trío contigo.

—Eso me empieza a gustar más.

—A mí también —contesté feliz de percibir que la conversación se alejaba de los nubarrones de los celos y se encaminaba hacia regiones más “cálidas” y “húmedas”—. Nunca he hecho uno.

martes, 23 de octubre de 2012

Gente Diferente 2

Robert sólo podía pensar en correr y salvar la vida. Si le cogían, tenía bastantes posibilidades de acabar en el fondo del mar con una piedra atada al cuello. Algo que tardaría poco en ocurrir si las cosas no cambiaban. La jauría que trataba de cazarle ganaba terreno y él empezaba a cansarse. Además, aunque la lluvia había cesado, sus vaqueros empapados pesaban como el plomo. Cansado y sin opciones, el chico torció por una callejuela en un intento desesperado de despistar a sus perseguidores. Casi no había doblado la esquina, cuando escuchó una cercana voz.

—¡Eh! chaval —dijo—. Por aquí.

Robert dudó durante un segundo, temiendo que fuera una trampa. Pero sus vacilaciones no tardaron en desaparecer. Realmente, no tenía nada que perder. Estaban a punto de darle alcance. Si era una emboscada, solo adelantaría lo inevitable. Y si no, podría ser su salvación. Decidido, entró en el portal del que procedía la voz y cerró la puerta tras de sí. Un anciano de espesa barba blanca y que vestía como un personaje de Humfrey Boggart, gabardina y sombrero marrones, le esperaba. A Robert le hubiera encantado darle las gracias y acribillarle a preguntas, pero el viejo se lo impidió al taparle la boca con su arrugada mano. En el exterior, el silencio fue roto por los pasos del tumulto pasando de largo.

Desaparecido el ruido, el hombre retiró la mano y le indicó que le siguiera por el largo pasillo que se extendía ante ellos y que llevaba a una puerta trasera. Casi simultáneamente, unos golpes atronaron en la puerta, acompañados de gritos exigiendo su apertura. Robert, sin darse cuenta, se había metido en un callejón sin salida y la turba estaba registrando una por una las casas de la pequeña calle. El corazón del chico se aceleró más de lo que estaba tras la carrera y su frente se empapó de sudor helado. Estaba muerto de miedo. Tanto, que su primer instinto fue esconderse en el trastero que había bajo la escalera. Pero el viejo tenía otras ideas y le condujo, tirando de su brazo derecho, hasta la salida. A sus espaldas escucharon la voz de una señora mayor intentando tranquilizar a las masas.

Salieron a la calle. Robert quería aprovechar ese momento de tranquilidad para preguntar unas cuantas cosas, pero un "¡Ahí están!", procedente del pasillo que acababan de dejar, le hizo olvidarlas. Mientras tanto, el viejo se las había arreglado para que un amable motero le prestara su Harley-Davison que un amable motero le había prestado. El chico subió intentando comprender cómo alguien podría prestar semejante moto a un desconocido.

El anciano, con una habilidad que le sorprendió, dirigió la máquina con una perfección absoluta hasta el puerto de Leith. Pero allí no embarcaron, sino que abandonaron la moto cerca de un almacén y se dirigieron a un edificio encalado cercano.

—Póntelo —dijo el hombre ofreciéndole un pendiente—. Te ayudará con tu problema

Robert sustituyó el que solía llevar por el aro que el viejo le había dado e, instantáneamente, la luz desapareció y se sintió más tranquilo. Mientras tanto, el viejo había entrado en el edificio encalado. Media hora más tarde, salió de él conduciendo un deportivo rojo.

En las dos o tres horas que duró el viaje ninguno de los dos habló. Robert había olvidado sus dudas y su salvador estaba concentrado en coger casi todos los desvíos que encontraba con el fin de, así lo creyó el chico, ocultar su rastro. Cuando pararon lo hicieron delante de una casa solitaria. Era grande y a su alrededor solo se veían montañas y bosque, un paisaje bastante habitual en Escocia. A Robert no le dio tiempo a fijarse en nada más, porque en el momento que salía del coche, el cansancio, el frío, el estrés acumulado y unas extrañas sensaciones y dolores que recorrían su cuerpo, le hicieron desmayarse.

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lunes, 22 de octubre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 64

El estridente pitido del telefonillo consiguió sacarme de mi sopor mucho antes de lo que me hubiera agradado. Traté de ignorarlo y continuar con mis sueños, pero no hubo manera. Insistentemente, el insoportable ruido volvió a requerir mi presencia ante la puerta. Al final, asqueado y cabreado, logré levantarme de la cama y arrastrarme hasta la entrada dispuesto a pagar mi rabia primero con Sergio por no haber abierto y, después, con quien hubiera apretado el botón del telefonillo sin importarme si se trataba de un borracho trasnochador o un cartero madrugador. Pero no me fue posible desahogar mi ira. Sergio tenía una excusa perfecta para no haber abierto la puerta, puesto que estaba en la ducha. Y quien llamaba al telefonillo también andaba sobrado de razones para hacerlo: era Víctor y venía a ayudar a Sergio. Era el día de la mudanza.

Media hora y un beso en la frente más tarde, mi exnovio se había marchado con su única maleta, dejando la casa vacía y a mí desvelado. Me había quedado sin compañero de piso y eso me causaba sentimientos encontrados. Por un lado me alegraba mucho recuperar mi espacio, mi intimidad, y mi soledad. Ya podía volver a hacer lo que quisiera, con quien me diera la gana, a la hora que me apeteciera, en el lugar de la casa que más me gustara y vistiendo la cantidad de ropa que creyera conveniente, sin preocuparme por si alguien regresa a casa. Eso es impagable.

Sin embargo, el cambio también traía consigo ciertas incomodidades. Se acabaron las charlas nocturnas, los desayunos calientes al levantarme o la ayuda para limpiar el baño. Eran nimiedades comparado con lo otro, pero las echaría de menos. Y la compañía, claro. Porque lo malo de vivir solo, es que estás solo.

Lo cierto es que no me importaría seguir compartir piso, aunque no fuera con Sergio. Claro que encontrar compañero podría ser una odisea. No tengo espacio suficiente, ni camas de invitados o ni paredes que separen mi habitación del resto de la casa (en realidad hay media, pero no aísla demasiado). Y por si fuera poco, el piso está tan adaptado a las necesidades de un ciego, que seguramente sería bastante incómodo para un vidente. Así que si quería volver a vivir con alguien necesitaba a alguien a quien no le importara dormir en un sofá, que fuera ciego, que no valorara la intimidad y tuviera escasas pertenencias. Los candidatos ideales eran, obviamente, un exnovio trotamundos al que le diera igual dormir en el sofá o un novio, que compartiendo lecho se ahorra mucho espacio. Pero en mi caso esas opciones no estaban disponibles. Teniendo en cuenta que aún no sabía de qué iba nuestra relación, Miguel era capaz de desmayarse si le sugería algo similar a vivir juntos.

Así que se me ocurrió otra opción. Llamé al centro de ayuda para ciegos al que yo solía ir y me ofrecí para alojar a viajeros invidentes. Podría ser divertido. Desde luego, mucho más que pedirle a Miguel que se mudara conmigo.

martes, 16 de octubre de 2012

Gente Diferente 1

Capítulo 1



Caía una fina llovizna sobre las calles de Edimburgo, algo bastante común en esa época del año. O, mejor dicho, algo bastante común en cualquier época en Escocia. Obviamente, la pequeña borrasca no había pillado por sorpresa a nadie, salvo a unos pocos turistas despistados. Bajo ella, la gente andaba tranquila, protegida por paraguas, capuchas y alguna que otra bolsa de plástico. Cerca del castillo una pareja no se preocupaba ni de la débil lluvia ni de sus paisanos, que pasaban a su lado sin mirarles. Con la ropa mojada y apoyados en una pared, solo prestaban atención al beso en el que estaban sumidos.

Pero en ese instante, algo, un súbito parpadeo de luz verdosa, les interrumpió. Sorprendidos, los jóvenes se separaron y miraron a su alrededor, buscando alguna explicación al fogonazo esmeralda. No encontraron nada. Sin embargo, tampoco le dieron mayor importancia. Tenían cosas más importantes que hacer que preocuparse por un fenómeno que podía haber sido fruto de su imaginación. Así que se volvieron a abrazar, dispuestos a terminar con lo que habían empezado. Un nuevo resplandor verde les detuvo. Seguros de haberlo visto, se afanaron por encontrar su causa. Y cuando ella la encontró, se apartó bruscamente de su compañero y empezó a gritar de terror. La luz provenía de él y cada vez se hacía más intensa. El chico, aturdido y sin comprender qué sucedía, se miraba una y otra vez. Después, sus ojos se dirigieron hacia la gente que se había detenido a observarle. La curiosidad y la sorpresa se tornaron miedo y, éste, ira. La muchedumbre fue acercándose empuñando paraguas y bastones.

—¡Policía! ¡Policía! ¡Otro de los monstruos! ¡Que no infecte a la chica! ¡Detenedlo! ¡Matadlo! ¡Qué no se escape! —gritaban.

Robert, que así se llamaba el chico, echó a correr calle abajo seguido por la turba, que fue aumentando de tamaño a medida que más personas se unían a la persecución, incluidos una pandilla de skin-heads, encantados de poder dar una paliza a alguien con el apoyo popular.

Entre tanto, Samantha, la chica, Sam para los amigos, se encontraba llorando en el suelo. Algunas señoras trataban de consolarla por haberse enamorado de un monstruo repugnante. Consejos y lamentos iban acompañados de rápidos exámenes físicos para asegurarse de que el engendro no la hubiera herido o infectado.

Sam no las escuchaba. Solo pensaba en lo estúpida que había sido al gritar, en lugar de esconder a Robert. Siempre se preguntó qué pasaría si conocía a uno de esos seres que, desde hacía un par de meses, habían irrumpido en el mundo. Pensaba que los defendería. Pero cuando le vio brillando…

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Gente Diferente

Una nueva historia, esta vez de superhéroes, para rellenar un poco la semana. Esta vez va de superhéroes y ya está escrita, que así descansan mis neuronas. Y si a alguien le gusta mucho, mucho en Libros con Hache, la historia va bastante más avanzada.

lunes, 15 de octubre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 63

—Una vez hubimos cortado, duré poquito en Roma —continuó Sergio—. No es una ciudad muy cómoda para ser ciego. Los italianos no son conocidos precisamente por conducir despacio y pararse en los pasos de peatones. Y, además, hay demasiados agujeros en los que caerse. Ellos dicen que son ruinas, pero eso no evita que me pueda abrir la crisma.

—Suerte que no te has mudado a Madrid hasta ahora, porque hace unos años, parecía que nos hubieran bombardeado. Había más zanjas que bares.

—No es que ahora haya pocas, precisamente —respondió mi ex—. Cada día me encuentro una obra nueva.

—Nuestros alcaldes suelen ser arqueólogos frustrados. Pero nos estamos desviando del tema fundamental ¿Te fuiste de Roma?

—Sí. Ni me gustaba la ciudad ni podía pagármela. Así que volví a mudarme.

—Los de la universidad estarían encantados contigo —apunté.

—Hombre, algún lío tuve por estar a miles de kilómetros del consulado donde me tocaba examinarme, pero nada que no se pudiera solucionar con un par de llamadas. Ya sabes que tengo cierta maña para razonar con la gente.

—Tú lo llamas razonar, yo lo llamo manipular —respondí bromeando—. Pero sí que eres bueno.

—Muchas gracias. Pues sí, soy tan bueno "razonando", que para cuando me mudé a París, tenía la licenciatura acabada y un par de matrículas de honor en mi expediente. Y sin visitas privadas a despachos ni nada.

—Porque no estabas en el país, que si no...

—Si hubiera estado aquí, seguro que habría tenido más matrículas —contestó riéndose—. En vivo, se me da mejor "razonar" que por teléfono.

—A veces me asombra los niveles de putiferio a los que eres capaz de llegar —dije.

—Por una matrícula, lo que sea. Hasta con las mujeres hubiera "razonado". Pero como no se puede tener todo en esta vida, tuve que conformarme con las dos que me saqué por lo legal.

—Tampoco está mal.

—La verdad es que no sé por qué me quejo. Nunca había tenido unas notas así de buenas. Y, encima, me sirvieron para conseguir un trabajo en una editorial —me explicó Sergio—. Aunque ahí creo que valoraron más que fuera ciego y la subvención que les iban a pagar por mi contrato. Después de los años, me acabaron ascendiendo porque trabajaba más que nadie y era de los pocos que cumplía con los objetivos, pero los primeros meses me tenían como si fuera un mueble más.

—¿Y a qué te dedicabas en la editorial? —pregunté.

—A hacer resúmenes de los manuscritos que la gente envía para que les publiquen. Al principio lo hacía con el lector del procesador de textos, pero era iba lento que acabaron por comprarme un teclado de esos que traduce a braille lo que pone en la pantalla.

—¿Pero tú no estabas en París trabajando en algo relacionado con los restaurantes? Al menos, eso fue lo que me dijiste cuando volviste a Madrid.

—La editorial pertenecía a un grupo empresarial que también tenía restaurantes, hoteles y un par de marcas de ropa —me explicó Sergio.

—Vaya mezcla más extraña.

—Sí, yo acabé en el área que llevaba la publicidad y las redes sociales del grupo. Era mucho más coñazo que hacer resúmenes, pero me pagaban de maravilla. Supongo que les darían una subvención mucho mejor que la anterior.

—¿Y cómo acabaste volviendo a tu España natal si te iba tan bien en París?

—Bueno, me enamoré del hijo del dueño y...

—¿Le pusiste los cuernos con su mejor amigo? —le interrumpí—. Por favor, no me digas que fue con su padre.

—Mira que eres morboso —se quejó Sergio—. Nadie puso los cuernos a nadie... al menos, no sin que el otro diera su consentimiento. Simplemente, se terminó y yo decidí que había que poner tierra de por medio cuanto antes.

—Sí, lo entiendo —dije. Estaba claro que Sergio seguía con su afición a huir de sus parejas. Escapando de mí se fue de España y escapando de otro había regresado. Lo único que esperaba era que esta vez se hubiera acordado de romper con su novio antes de salir del país.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 62

Si la noche que siguió a la comida china, rica en conversación y vino tinto, se narrase en un libro, el capítulo recibiría el nombre de “La Historia de Sergio” o algo por el estilo. Era curioso que hubiera tardado tanto en contarme qué había sido de su vida desde que nos separamos años atrás... aunque parece algo lógico si se tiene en cuenta que ambos queríamos evitar, a toda costa, hablar de dicha separación. A mí, desde luego, lo que menos podría apetecerme era enterarme que mis pasadas depresiones se debían a que había conocido a otro que la tenía más grande, se había olvidado de llamarme o se había fugado con un circo. Aún no estaba preparado para dar ese paso. De momento, con haberle dejado dormir en mi casa y no haberle pateado en cuanto apareció, ya había hecho suficiente por un tiempo.

El tema de la separación tampoco debía ser de sus favoritos, porque se lo saltó muy convenientemente al comenzar su historia. Yo lo agradecí aunque, por un milisegundo, no pude evitar que algo en mi interior sintiera curiosidad por saber qué había sucedido en ese tiempo.

—¿Sabes? Esta va a ser una de las mudanzas que más me cueste en mi vida.

—Lo dices como si hubieras tenido muchas —dije esperando que otra fuera la vez que me dejó. Pero como ya he mencionado, no me apetecía hablar de ese tema en concreto, así que nada añadí a ese respecto. Además, me daba pánico que fuera a responder que esa había sido sencilla.

—Unas cuantas —contestó—. Después de mi primer año de carrera en Londres, me mudé a Brighton.

—¿Estudiaste en Londres? Qué guay. No tenía ni idea.

—Bueno, estaba allí, pero la universidad era española. La UNED y la ONCE me dieron una beca en Administración y Dirección de Empresas, lo que me permitía cambiarme de país o ciudad a mi antojo.

—Tampoco mencionaste nada sobre que fueras licenciado. Con esa titulación te hubiera encontrado un hueco en mi empresa.

—Bueno, en realidad nunca llegué a terminarla —admitió—. Me disipé bastante en Brighton y acabé dejando la carrera.

—No me imagino qué te podría distraer en la capital gay del Reino Unido —dije con sorna—. Desde luego, seguro que no fueron unos cuantos tíos cachas.

—Más que unos cuantos, fueron un montón —respondió él—. Yo me consideraba abierto, pero cuando llegué a esa ciudad no sé qué me ocurrió que me volví el mayor zorrón que ha existido en la Gran Bretaña. Ni siquiera entiendo de dónde saqué tiempo material para liarme con tanta gente.

—Qué orgulloso me haces sentir —bromeé.

—Terminé tan quemado, que me fui de la ciudad antes de seis meses —continuó Sergio—. Y terminé en Dublín, que entre las capitales europeas, me pareció de las más tranquilas.

—¿Y no era así? —pregunté—. Se supone que tiene mucho ambiente universitario.

—Pues si lo había, se escondió bien de mí, porque me aburrí como una ostra.

—Seguro que cuando aparecías en un local, todos se quedaban callados para que pensaras que estaba vacío.

—Vaya chiste de ciegos más malo —dijo—. Aunque ya no me extrañaría nada. Tenía tal tedio, que solicité otra oportunidad a la universidad y me apunté a Filología Hispánica.

—¿Y cuánto estuviste allí?

—Creo que un par de meses —respondió Sergio—. Por alguna razón desconocida no acabé de conectar con esa ciudad.

—Entonces te mudaste a algún sito más movido —afirmé.

—Qué va. Todo lo contrario. Aún quería tranquilidad, pero decidí ser algo extremo y me fui a vivir a un pueblo escocés. Ahí sí que viví bien. Era relajante, había algunos tíos bastante aceptables con los que calmar las penas y Edimburgo quedaba lo suficientemente cerca como para poder hacer una escapada, acompañado obviamente, en caso de que necesitase algo de “urbanidad”. Incluso conseguí un empleo de profesor particular de un niño ciego.

—Yo sería incapaz de trasladarme tan seguido —opiné—. Solo pensar en ello me da pereza. Aprenderte los caminos con el bastón, perderte un par de veces, conseguir que la gente deje de sentir lástima por ti, confesarles que además de ciego eres gay… Ni siquiera sé si podría hacerlo una vez. Sería como volver a la adolescencia.

—No es tan malo. Y te permite conocer sitios geniales, como Escocia. En pocos sitios me he sentido tan feliz como allí.

—¿Qué pasó? —pregunté—. ¿Por qué te fuiste?

—Bueno, me enamoré de uno de esos tíos bastante aceptables con los que me liaba de vez en cuando y cuando él se trasladó Roma, le seguí.

—Qué bonito.

—Supongo, aunque no duramos ni un mes —respondió—. La convivencia no nos fue nada bien.

—Con lo sencillo que es vivir contigo —intervine—. No haces ruido, cocinas, limpias, no roncas, hueles bien...

—Puede que por aquel entonces no lo pusiera tan fácil o que me faltar aprender ciertas cosas como que liarte con el mejor amigo de tu novio no está bien visto.

—Eres la mar de avispado —dije.

lunes, 13 de agosto de 2012

Facebook

Sólo he tardado ¿cuánto? ¿año y medio en hacer una página de Facebook de la página? Bien pensado, si se tiene en cuenta que yo no tengo una, no es tanto tiempo. Pero ya está aquí para atender comentarios, preguntas y amenazas variadas.

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 61

A pesar de lo que mis hormonas y diversas partes de mi anatomía pudieran preferir, mi cerebro seguía teniendo claro que mi encuentro con Miguel en el jacuzzi, debía durar lo menos posible. Esa era la última noche que Sergio iba a pasar en la casa antes de su apresurada mudanza y lo último que me apetecía era que me pillase desnudo con Miguel. Seguramente a él tampoco le haría demasiada gracia. Pero por muy buena que fuera mi disposición, hay cosas que son complicadas de controlar y hay momentos en los que los minutos pasan volando. Al final, para cuando Sergio entró en el salón, mis pantalones y calzoncillos seguían bastante alejados de mis piernas. Por suerte, que fuera ciego me daba un gran margen para poder ponérmelos. Mientras no me diera un azote en el culo, no tenía por qué enterarse de que mis gónadas se encontraban a la intemperie.

—Hola, encantado de conocerte —le saludó Miguel que, al contrario que yo, sí había tenido tiempo de tapar sus vergüenzas—. Santi me ha hablado mucho de ti. Y Víctor, por supuesto.

—Sí, ambos también me han mantenido informado sobre ti —respondió Sergio.

—Qué situación tan cómica —se rio Miguel—. Yo estoy con tu ex y tú estás con el mío.

El comentario me sorprendió tanto, que me puse a toser. A veces mi cuerpo tiene formas extrañas de expresar la preocupación. De momento no le ha dado por relajar ningún esfínter, pero todavía soy joven. Tiempo al tiempo.

—¿Tú sabías que tu nonovio había sido el nonovio de mi nonovio? —le pregunté a Sergio cuando Miguel se hubo ido y yo logré recobrarme de mi ataque expectorante.

—Con tanta negatividad me cuesta seguirte —respondió confundido.

—Ay —suspiré—. Reharé la cuestión ¿sabías que el tío con el que te lías había sido el ayudante y amante del tío con el que me lío?

—Mira que te cuesta. Con tanto irte por las ramas para usar el término correcto, pareces un político. Llámales "novios", aunque sea mentira. Al menos me enteraré de lo que hablas.

—¿Sabías lo de mi novio y tu novio? —dije con brusquedad.

—Pues nadie me lo había corroborado, pero tenía mis sospechas —admitió Sergio—. Se conocían, Víctor hablaba mucho de Miguel, antes trabajaba ayudando invidentes, su exnovio es ciego... no hay que comerse la cabeza demasiado para sacar unas cuantas conclusiones precipitadas.

—Ya me doy cuenta.

—Lo que me sorprende es que tú no lo hicieras.

—Bueno, lo único que me había contado era cómo se llamaba y que fue su ayudante un verano en la playa.

—¿Y el día que nos encontraste en el bar con la hermana de Miguel no se despertaron tus sospechas? No es que "Víctor" sea un nombre raro, pero a mí me llamaría la atención tanta repetición en gais relacionados con esa familia

—Sí, es raro.

—Lo mismo tu cabecita se está arreglando —dijo Sergio riendo—. La reina del drama está muriendo.

—Es posible —acepté contento—. Tendré que comentárselo a mi psicólogo.

—Bueno, dejemos el tema de novios y relaciones por el estilo. Es mi última noche aquí no quiero estropearla hablando de gente ajena a esta casa. Así que ponte los pantalones, limpia lo que hayáis manchado antes de que apareciera y pon la mesa.

—¿Cómo... cómo sabías que no llevaba pantalones?

—Tengo un sexto sentido para esas cosas —contestó mi ex—. Venga, date prisa. He comprado comida china y hay que comerla caliente o empezará a saber a cartón.

jueves, 26 de julio de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 60

La tarde con Marc tomando cañas en el bar mejoró bastante el día y logró que me olvidara de mis problemillas con Miguel. Pero lo que de verdad consiguió que la jornada fuera absolutamente perfecta fue que encontrarme en el portal de casa al propio Miguel esperándome con una caja de bombones.

—Creía que no íbamos a hablar hasta mañana —apunté, tras los pertinentes saludos y besos, con cierto sarcasmo y algo de acritud.

—Perdóname por haberte contestado tan mal cuando hablamos —se disculpó—. Entiendo que te molestaras y no tengo disculpa. Solo puedo decir que mi enfado no tenía nada que ver contigo.

—No te preocupes, no pasa nada. Y que conste que no me enfadé en absoluto —mentí—. Aunque lo siento por la persona con la que te cabrearas.

—Era mi antiguo ayudante —respondió—. Pero se merecía que me enfadara con él. A veces, es un imbécil.

—¿El ayudante que te llevaba a playas nudistas y con el que te enrollabas? —pregunté perspicaz.

—Sí, ese mismo. Víctor se llama.

—Vaya, últimamente oigo mucho ese nombre —contesté recordando que el novio de Sergio también se llamaba así.

—¿Estás celoso?

—¿Quién? ¿yo? Qué va —volví a mentir. Últimamente, mi sinceridad empezaba a escasear a un ritmo alarmante. Y mis celos se estaban incrementando. No me estaba sentando bien tener pareja… o algo similar a una pareja.

—¿Seguro que no te importa que quede con mi ex?

—Sería muy poco coherente por mi parte —respondí—. Yo tenía a mi primer novio viviendo aquí.

—¿Qué exnovio vivía dónde?

—Vaya, mira quién se ha puesto celoso ahora —apunté divertido—. Si te preocupa mucho, va a mudarse en breve.

—Eso está bien. Pero ya estoy harto de hablar de otras personas. Hagamos algo más interesante ¿Tienes bañera?

—Jacuzzi —aclaré.

—Mucho mejor. Así podremos movernos sin problemas.

miércoles, 20 de junio de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 59

Me quedé callado, expectante, preparado para oír una carcajada de la boca de Marc que me indicara que aquella historia era una broma. No podía creer que, después de tanto suspense, por fin uno de los implicados confirmara mis sospechas.

—¿No dices nada? —me preguntó Marc—. Con el coñazo que has dado con el tema, suponía que tendrías algo que alegar u opinar.

—Es que estoy en estado de shock —confesé—. Aún no he procesado que tú e Ichi podáis estar juntos. Con lo mal que os caíais.

—Ya ves. Así es la vida. Es un friki de mierda, un niñato y tiene un apodo absurdo, pero le quiero —confesó.

—¡Hostias! —casi me atraganto al escuchar a Marc decir que quería a Ichi ¿Había oído bien?

—Sí, lo sé —continuó mi ex—. Suena muy raro viniendo de mí. Ni yo mismo me conozco. Esto es completamente nuevo.

—¡Joder qué fuerte! No es broma ¿verdad?

—Que no, que lo digo en serio. Es la primera vez que me sucede algo así, pero me he apuntado al paquete completo: amor, arrumacos, mensajitos tontos, andar cogidos de la mano y toda esa mierda. Incluso estoy siendo fiel. Hace que no practico la monogamia desde... desde... bueno, desde que estuve contigo.

—No hace falta que mientas a estas alturas de la vida —respondí divertido al verle intentar expresar su felicidad sin herir mis sentimientos—. Me parece estupendo y me alegro mucho por vosotros.

—Muchas gracias —dijo Marc—. Estoy tan ilusionado que parezco una niña pequeña.

—Qué guay —añadí mientras me preguntaba si esos sentimientos eran compartidos por ambas partes. En su última visita Ichi me dijo que ya no me quería, pero el beso que me dio era un buen motivo para dudar de ello. Por supuesto, no pensaba mencionar nada de eso a Marc, pero me temía que dentro de poco iba a recibir un curso intensivo de lo que habían sentido gran parte de sus parejas cuando cortó con ellas.

lunes, 18 de junio de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 58

El relato sobre mi vida fue rápido y carente de detalles. A medida que hablaba, me daba cuenta de lo aburrida que resultaba la historia, de la poca importancia que tenía y de lo mucho que me apetecía callarme para que Marc pudiera empezar a aclarar algunas cosas de una vez o, al menos, contarme a qué se había dedicado. O, mejor dicho, a quién se había dedicado.

—¿Ya está? —preguntó desconcertado cuando terminé—. Pues vaya mierda de crisis. Si lo sé, me quedo en mi casa.

—Parecía más espantoso está mañana —respondí—. Da igual, dejemos de hablar de mí, que para eso ya tengo a mi psicólogo y a mi abogado. Cuéntame qué tal te está yendo a ti querido amigo, estimado agente literario y apreciado exnovio mío —añadí haciendo gala del peloteo más baboso que podía encontrarse en la ciudad.

—Mira que eres pesado —dijo Marc. Estaba sonriendo y yo no necesitaba ver para darme cuenta. Lo sabía. Estaba sonriendo porque le hacía gracia lo rastrero que llegaba a ser por averiguar lo que quería saber—. Si no te lo cuento vas a continuar dándome el coñazo hasta el fin de los tiempos ¿verdad?

—No sé de qué me estás hablando —repliqué lo más digno que pude. Me costó contener la risa, pero yo creo que estuve aceptable.

—Muy bien, pero solo te contaré una cosa —respondió Marc—. ¿Prefieres que despeje tus dudas sobre lo que ocurre con Ichi o que te cuente con quién me acuesto?

—Pues... —me quedé de piedra. Llevaba tanto tiempo suponiendo que Ichi era con quien se acostaba que ahora no sabía qué elegir saber—. Lo de Ichi —respondí al final siendo fiel a la que era mi duda inicial. Con quién se acostara Marc me importaba menos. Siempre que no fuera Sergio, por supuesto. En ese caso, conocería mi ira...

—Me iba a tocar antes o después —admitió Marc.

—Aunque haciéndolo ahora te vas a librar de un montó de súplicas, amenazas y llamadas a horas intempestivas —agregué.

—Qué morro tienes —dijo—. Lo que sucede con Ichi empezó el día que le acompañé a su casa. Iba tan borracho que tuve que llevarle hasta su misma cama. Iba a dejarlo ahí tirado cuando me di cuenta de que tenía la ropa llena de vómito. El chico no es que me cayera muy bien, pero tampoco me veía dejándole sin más. Así que le desnudé y mis sentimientos hacia él empezaron a cambiar.

—Vamos, que el chico está bueno.

—Sí, bastante, pero lo principal fue lo mono que estaba sin decir tonterías y con esa cara de bueno que tiene. Hice café, preparé la bañera, le ayudé a lavarse los dientes y, al final, acabé metido en la bañera con él. Luego le llevé a la cama, le arropé y me quedé dormido a su lado. Y a partir de ahí, ya sabes: cenas, paseos, cine y esas cosas que se hacen.

—Entonces ¿con quién te acuestas? —pregunté confundido.

—¡Con Ichi! —contestó Marc divertido—. ¿Con quién va a ser? ¿no has escuchado la historia?

jueves, 14 de junio de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 57

No hace demasiado tiempo, al ocurrirme algo así... bueno, a decir verdad, nunca jamás en la vida me había pasado (y mira que me he encontrado en momentos extraños) que en un mismo día un exnovio me anunciara que se mudaba de mi casa, un amigo con derecho a roce rechazara rozarse conmigo y un antiguo enamorado me besara para anunciarme que ya no me amaba... vaya día más completito que llevaba. Y aún no había pasado la mañana.

En fin, como iba diciendo, en momentos como ese, mi primera reacción habría sido acudir, sin dudarlo ni un segundo, a Marc. Daniel podía ser mi psicólogo, pero Marc era mi consejero y mi amigo del alma. Su falta de interés hacia los problemas ajenos era una actitud estupenda para tratar con alguien tan egocéntrico y neurótico como yo. Y si eso no funcionaba para que dejara de preocuparme, su amplitud de miras sexual siempre servía para aliviarme un poco las penas. Pero la situación había cambiado... o no. No lo sé. Todo era posible, teniendo en cuenta que ni él ni Ichi me habían aclarado si estaban juntos o solo era un nuevo invento de mi alocada imaginación. Aunque yo me inclinaba por hacer caso al dicho "quien calla otorga" y pensar que si ningún había negado la relación, sería por algo.

De todas formas, ese era otro tema. Me era indiferente con quién saliera o a quiénes se estuviera tirando, con tal de que pudiéramos quedar para hablar y me permitiera darle un poco el coñazo con mi vida. Así que opté por mandarle un mensaje por el móvil pidiéndole que me llamara para quedar. Era rápido, sencillo, claro, no le despertaría si aún estaba durmiendo y me ahorraba la posibilidad de aguantar una conversación como la que había tenido con Miguel. La parte negativa de este sistema era que había que esperar una contestación. Durante la primera hora de trabajo, estuve tan ocupado que casi ni me acordé. La segunda, se me hizo un poco más cuesta arriba, aunque me distraía con otras cosas. Pero fue a partir de la tercera cuando el suspense me superó y mi principales preocupaciones pasaron a ser: "¿habrá respondido en los dos minutos que he estado en el baño?", "¿me he vuelto sordo, además de ciego, y no he oído el pitido del móvil"?, "¿se me habrá estropeado el móvil y se me ha apagado?", "¿no le habrá llegado?", "¿no lo ha visto?", "¿habrá perdido el teléfono?", "¿se lo habrán robado?", "¿le habrán raptado?" y así una bonita sucesión de posibilidades, a cuál más absurdas, que, sin embargo, olvidaban las dos situaciones más probables de todas ellas: "Marc está en la cama con alguien" o "Marc continua durmiendo, después de haberse acostado con alguien".

Resultó que se trataba de la última opción. Marc se había quedado dormido, aunque no por haber tenido sexo, sino por haber visto una película. Eso me sonó rarísimo, pero preferí reservar mis opiniones para cuando nos encontráramos en persona. Quedamos un par de horas más tarde, en el bar al que solíamos ir.

martes, 15 de mayo de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 56

El anuncio de Sergio fue como un jarro de agua helada por el interior de mis pantalones. Es extraño cómo cambian las circunstancias. Hacía no demasiado tiempo, hubiera apostado mis ahorros a que algo así me causaría una alegría inmensa. Después de todo, era Sergio, mi diabólico exnovio que me había dejado un variado surtido de secuelas emocionales y psíquicas que me hacían inviable para varios puestos de trabajo y para llevar a buen puerto una buena parte de las relaciones, amorosas o no, que se habían cruzado en mi vida. Era la persona que me había partido el corazón al abandonarme sin dar ningún tipo de explicación o disculpa, conduciéndome a dejarme una fortuna en psicólogos (lo que a Daniel le había ido muy bien para comprarse su apartamento en el centro). Y, por si eso fuera poco, también era el aprovechado que se había instalado en mi piso como si nada de eso hubiera sucedido, al tiempo que reavivaba mis traumas y reabría las antiguas heridas. En definitiva, Sergio no dejaba de ser un molesto gorrón egoísta y manipulador, que siempre acababa metiéndome en problemas. Además, su gasto en agua y electricidad equivalía al de una familia de clase media, comía como si llevara siglos en ayunas y su presencia hacía mucho más difícil manejar mi relación (ya de por sí especial) con Miguel.

Y, sin embargo, a pesar de esas cosas y otras como mi amor por la soledad, me daba bastante pena que se fuera. Me había acabado acostumbrado a su presencia y, la verdad, es que su ayuda en la casa me venía estupendamente. La gente pensará que me entristece porque sigo enamorado de él. Pues quién sabe. Yo diría que no, pero a estas alturas de la vida, ya paso de hacer juicios de valor que tengo tendencia a equivocarme.

Pero bueno. La pena y las dudas amorosas no venían al caso en ese momento. El chico había decidido irse y tendría que aceptarlo. Al menos, en esta ocasión, me lo había comunicado antes de marcharse... eso sí que le hubiera gustado a mi psicólogo. Tal trauma le habría asegurado terapia suficiente para poder comprarse un apartamento en primera línea de playa, un coche nuevo y hasta un velero de tres palos. O puede que no. La verdad es que mi lío con Miguel me estaba ayudando a aposentar las neuronas. Y a partir de ese momento, con la marcha de Sergio, seguro que aún mejoraba más... Puede que hasta acabara madurando y todo.

Corrí al teléfono para llamar a Miguel, contarle las noticias e invitarle a cenar. Nadie contestó en su casa. En el móvil tuve más suerte.

—Hola —me saludó no demasiado alegre—. ¿Qué tal?

—Bien. Te llamaba por si querías que quedáramos a cenar.

—Hoy no puedo. Mañana te llamo.

—Vale —respondí algo desconcertado por su sequedad—. Un beso.

—Adiós.

"Ha sido una conversación estupenda" pensé enfadado. La idea de que pudiera madurar gracias a mi relación con Miguel, se tambaleó un poco. La mudanza de Sergio también perdió gran parte de su atractivo.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 55

"Tenemos que hablar" es una de esas fórmulas que la gente utiliza para anunciar que algo malo va a ocurrir y que el otro se vaya preparando para el desastre. Sería el equivalente a "siéntate, atiende y borra esa estúpida sonrisa de tu cara, porque te va a caer una hostia... ". No hay forma de que esas palabras en esa disposición concreta, tengan un significado benigno. Si la pronuncia tu jefe, acabarás despedido en menos de un minuto. Si la oyes de labios de tu médico, tienes algo muy chungo. Si la usa tu pareja, estate seguro de que quiere cortar. Si es un amigo quien la dice, probablemente le haya sentado mal que te acostases con su novio y quiera darte un puñetazo tras una pequeña charla. Si sale de los labios del presidente de los Estados Unidos en una película de acción, significa que los extraterrestres están a un paso de destruir el planeta. Si lo deja caer tu agente literario mientras te invita a un café en un bar, es que otra editorial ha rechazado tu manuscrito y se está planteando si mereces el esfuerzo. Y si la utiliza tu exnovio... bueno, en ese caso no estoy al tanto de las fatídicas consecuencias que esa frase anuncia, pero me encontraba a escasos segundos de descubrirlo.

Sergio, como manda la tradición, se había sentado lo suficientemente lejos de mí para que no pudiéramos entrar en contacto por accidente.

—Pues tú dirás —comenté usando mi frase fetiche para ese tipo de situaciones. Lo principal es mantener la dignidad. Aún no sabía el motivo de esa charla, pero decidí curarme en salud y tratarlo como si una ruptura amorosa se tratara.

—Fátima me ha ofrecido un trabajo.

—¡Qué guay! ¿De qué? —pregunté alegre. Se me había olvidado que Sergio nunca había sido muy bueno con frases hechas y expresiones tópicas. A lo mejor cuando dijo que teníamos que hablar, se refería exclusivamente a que teníamos que hablar de cosas como su oferta de trabajo.

—De camarero. Es un proyecto de integración de invidentes —añadió cuando hice notar mi extrañeza—. Tienen botellas con etiquetas en braille, vasos medidores con indicadores para ciegos y un montón de cachivaches por el estilo.

—Me parece estupendo, por fin parece que empiezas a rehacer tu vida —dije. Me encantaba que estuviera en casa haciendo las labores para pagarse su alquiler, pero era obvio que eso no podía seguir indefinidamente. Sergio necesitaba hacer algo de provecho y ese bar, por loca que pareciese la idea, podía ser la respuesta.

—Sí. Y puede que la rehaga un poco más.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—A lo mejor me mudo... ya sabes, para devolverte tu espacio. Has sido muy amable al acogerme, pero no querría abusar más de tu hospitalidad.

—No tienes que preocuparte por eso —contesté—. Estoy encantado de tenerte aquí.

—Pero tú eres una persona a la que le gusta disfrutar de su espacio y de su independencia. Así podrías hacer lo que te apeteciera de nuevo. Yo qué sé, podrías venir con Miguel y fornicar en medio del salón sin temor a que yo aparezca...

—Ya has aceptado ¿verdad? —le corté.

—Sí —admitió Sergio—. Me mudo mañana.

Al final resultaba que sí que había algo más que hablar aparte del trabajo nuevo.

lunes, 30 de abril de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 54

Mi sueño no resistió ni un asalto ante el ensordecedor estruendo de cláxones con el que los conductores parecían dar la bienvenida al primer atasco de la jornada. Normalmente, que ruidos espantosos y discordantes me sacaran de la cama más de una hora antes de que sonara mi despertador habría conseguido que, como mínimo, me acordara de los progenitores de cada uno de los ocupantes de los vehículos implicados. Pero esa mañana, me levanté sin rechistar ni mención a los familiares fallecidos de nadie. Los ejercicios nocturnos con Miguel habían logrado que el buen humor que mi psicólogo y demás conocidos me fastidiaran, regresara con renovadas fuerzas. Qué puedo decir, el chico es estupendo en lo que hace. Y no sólo me refiero a la parte sexual. Esa noche también habíamos dado un pequeño para importante (al menos para mí) paso en nuestra "relación". Por primera vez, tuvimos una típica e interminable conversación postcoital, mientras estábamos desnudos en la cama (sólo me faltó poder fumarme un cigarro, pero con el pánico a los incendios que tiene el chico cualquiera le pide algo así). Me encantan esas charlas. Hacen que sienta que a la otra persona le importa algo más que mi miembro. Aunque sólo sea un poquito. Por lo menos, muestra algo de interés en conocerme más allá de lo físico.

Tan bien me sentía esa mañana, que decidí dedicar la tarde a solucionar todos los problemas que me quedaban pendientes. Bueno, todos a lo mejor eran muchos. Al menos, trataría de intentar arreglar mi pésima actuación con Ichi. Tenía que disculparme con el pobre chico por haberme comportado como un imbécil. Teniendo en cuenta que conocía sus sentimientos hacia mí, me faltó mucho tacto cuando hablé con él. Y tampoco había sido una gran idea ocultarle la situación. Tenía que solucionarlo. Y puede que, de paso, me enterara de lo que ocurría con Marc. Eso sí, cómo iba a hacerlo o qué iba a decirle (en el hipotético caso de que me cogiera el teléfono) no lo sabía. Tendría que inventarme algo convincente durante la mañana.

Pero como suele se habitual en mi vida, el destino no estaba de acuerdo con mi idea y decidió cambiarme los planes a su antojo. Y así, mientras me tomaba mi segundo café, alguien llamó al timbre. No tengo ni que decir que se trataba de Ichi o que yo me quedé petrificado tratando de improvisar algo que expresara lo mucho que lo sentía y lo importante que era para mí contar con su amistad. Sin embargo, Ichi tenía sus propias ideas sobre cómo iba a transcurrir ese encuentro. Me agarró de la cintura y me dio un morreo.

— Ya no tienes que preocuparte porque esté enamorado de ti. — Me dijo. Y sin más, se fue dejándome epatado y bastante confuso acerca de lo que acababa de ocurrir.

Por suerte, Sergio salió el baño en ese preciso momento con la frase justa para hacerme salir de mi estado de asombro por la escena de Ichi. Una frase maravillosa que hace que cualquier preocupación se esfume: "Tenemos que hablar". Estaba claro que otra bonita mañana se iba a ir pronto a la mierda.