jueves, 22 de noviembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 66

Luna me invitó a comer en un restaurante japonés. No es que sea mi comida preferida, de hecho detesto el sushi, pero me lo tomé como una penitencia, un esfuerzo que tenía que hacer para volver a conectar con mis amigos más queridos. Al menos, valdría para que mi psicólogo me dejara de darme el coñazo con el tema de mi asociabilidad… aunque tuviera toda la razón. Sin ir más lejos, a Luna no la veía desde la fatídica tarde en la que Ichi se enteró que yo tenía novio (quien dice novio, dice “relación extraña sin demasiada definición”).

Y, como si le apeteciera revivir esos momentos felices, Luna apareció en el restaurante acompañada de Ichi. Creo que “puta” fue lo más bonito que se me vino a la cabeza al darme cuenta de la encerrona. Después recordé que Luna es caótica por naturaleza y, seguramente, ni se había dado cuenta de que la presencia del otro pudiera acarrearme alguna incomodidad. Bueno, a decir verdad, no debería hacerlo. No me había hecho nada personalmente. Pero aún pensaba que estaba utilizando a Marc de alguna forma para vengarse de mí… ¿utilizar a Marc? Hay que ver lo que puede llegar a cambiar la vida.

—Santi ¿Qué tal con tu novio? —preguntó Luna en otra muestra más de su absoluta inocencia. O puede que fuera un ejemplo de su refinada y calculada crueldad. No importa. En cualquier caso, al pobre Ichi le dio tal susto que casi se asfixia con un maki y yo la volví a llamar “puta” en mi cabeza.

—Eh… no es mi novio —respondí algo dubitativo—. No nos ponemos etiquetas ni compromisos.

—Esa frase es tan creíble como cuando le dices a tu madre que el paquete de tabaco que ha encontrado en tu chaqueta se lo estás guardando a un amigo ¿no crees Ichi?

—No, no sé. Mi relación también es de ese tipo —contestó el chico. Su voz desprendía tristeza a raudales.

—De Marc, no me extraña —añadió Luna entre risas.

—Ha sido idea mía —admitió Ichi—. Me va a ser imposible tener un compromiso serio con Marc porque… me marcho unos meses al extranjero.

—¿Qué? —preguntamos Luna y yo al unísono.

—Sí. Estaré un tiempo en Inglaterra. Sergio me ha conseguido el alojamiento y un trabajo temporal.

—¿Y Marc?

—Se queda aquí. Cuidádmelo bien —dijo con una risita forzada—. Si me disculpáis, tengo que ir al baño.

—Mira que eres burra —le reproché a Luna en cuanto Ichi se hubo ido—. ¿Por qué tuviste que sacar lo del tema de mi relación? Le has hecho polvo.

—Creía que estaba encantado con Marc y ya lo había superado.

—Aun así no creo que fuera una elección muy acertada —contesté.

—Tenía que saber si seguías con Miguel, para poder contarte que le he visto enrollándose con otro.

—Ah…

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Gente Diferente 4

Robert le miró confuso. Michael empezaba a parecerle un poco extraño.

—¿Algo más? —preguntó el hombre cuando vio que se quedaba callado.

—Sí, una última cosa ¿por qué me he traído aquí? ¿por qué me salvó la vida?

El viejo sonrió desde su sofá.

—Me alegra que me hagas esas preguntas. —Bebió un poco de té y prosiguió—. Pertenezco a la comisión internacional que se creó en la ONU para estudiaros…

Una idea saltó de pronto, como un chispazo, en la mente de Robert y fue propagándose por sus neuronas. Empezaba a entender qué hacía en casa del hombre y a qué debía su rescate.

—Seguro —contestó enfadado—. A mí me parece que lo que quieren es usarme de conejillo de Indias.

—Solo queremos ayudarte. Por eso se formó la Comisión. Queremos echaros una mano con vuestro don y, al mismo tiempo, investigar su causa.

—Estas ligeramente loco ¿no? Mira, no quiero saber nada. Odio la magia, los espíritus y, especialmente, odio que alguien pretenda utilizarme o estudiarme porque le dé por creer que, por arte de mi Hada Madrina, soy el primo lejano de Spiderman.

—No deberías afrontar esto tú solo —dijo Michael.

—Eso es muy bonito, pero ya le he dicho que no. Además ¿cree usted que puede apartarme de mi familia? Y… ¿qué pasará con mi enseñanza? —replicó nervioso. Necesitaba cualquier excusa, hasta la más ridícula para que le dejara en paz. Si no, siempre podría estrellarle la jarra de té hirviendo en la cabeza.

—Tus padres estarán de acuerdo, no te preocupes. Y respecto a tu educación, será intelectual y física. Como decían los romanos "Mens sana in corpore sano".

—Encima tendré que hacer ejercicio a lo bestia.

—Mira, si no quieres quedarte —dijo el viejo—, Nuria te llevará a tu casa.

Los tres jóvenes se quedaron paralizados. Ninguno se esperaba esa respuesta.

—Te traeré tu ropa.

Con un seco “adiós”, Robert salió tras la española por la puerta. Michael y Sara los siguieron. Nadie dijo nada, ni siquiera el viejo, que se limitó a mirar al chico desde el umbral. El coche arrancó. Unos minutos más tarde, Robert cayó dormido.

Despertó frente a su casa. Cómo sabía la joven o Michael dónde vivía, no lo preguntó. Se despidió de Nuria y subió al apartamento. Esperaba que al abrir la puerta todo el mundo se echase a sus brazos queriendo saber dónde había pasado la noche, diciéndole lo preocupados que estaban, que habían llamado a la policía y esas cosas, aparte de la bronca que estaba seguro que le echaría su padre. Pero al entrar, su familia le recibió como si hubiese salido a comprar el pan. Robert, enfadado se metió en su cuarto.

Unas horas después le llamaron por teléfono. En la calle, sentado en un banco junto a su portal, le esperaba su mejor amigo: Zac McJonnely.

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