jueves, 13 de junio de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 19

— Hola. — Saludó TR dubitativo. Era la tercera o cuarta vez (la segunda con él como objetivo) que veía a Reeva usando su magia y aún se le paralizaba la respiración. Se sentía diminuto y tremendamente impotente frente a semejante poder.

— No sabes las ganas que tenía de verte. — Dijo la Reina del Fuego. — ¿Qué haces aquí? ¿De visita? ¿Un allanamiento de cortesía?

— Venía a inscribirme en la Asociación. Bolea me ha contado que tenéis un dentista fantástico.

— Ah, es por el seguro dental.

— Sí, claro. Ser un héroe de esos que acaban con los malos a sopapos puede quedar muy molón en los cómics, pero en la vida real se traduce en un montón de muelas astilladas o arrancadas a puñetazos. — Añadió TR tratando de ganar tiempo. Era poco probable que Reeva se tragase la mentira, pero al menos le dejaría vivir el tiempo suficiente para que se le ocurriese algo. — Es el precio que tenemos que pagar aquellos que no tenemos unos poderes tan fantásticos como los tuyos.

— Eres un adulador. — Respondió ella divertida. Los demonios que les contemplaban rieron a coro. — ¿Sabes? Un pajarito me ha dicho que te vieron con Bolea por la Quebrada. Creí haber dejado claro que teníais prohibida la entrada al poblado. — Añadió. La lava que bañaba la pequeña isla en la que se encontraba TR empezó a encabritarse. Su señora, aunque lo disimulara muy bien, debía estar furiosa.

— No estábamos intentando erradicar la venta de drogas o la trata de blancas, si es eso lo que te preocupa. — Dijo TR desafiante olvidando, por un momento, que su intención era evitar que Reeva le quemara vivo. — Fuimos a ver el cadáver de un mafioso recientemente fallecido ¿También te contó eso tu pajarito?

— Claro, cariño. Mis pajaritos me lo cuentan todo. — Contestó la bruja. La superficie de la lava comenzó a presentar un ligero oleaje.

— Supongo que serán unos pajaritos muy majos. Especialmente, aquellos que llevan capuchas rojas.

— Esos los que más. Son mis preferidos.

— Así que sabrás que fueron ellos los que asesinaron a ese mafioso ¿verdad?

— Obviamente. — Contestó Reeva orgullosa. Las olas magmáticas iban creciendo en tamaño y en intensidad.

— ¿Te parece bien que los Conjurados vayan por ahí matando gente? — Preguntó TR indignado.

— Sí. — Respondió ella sin dudar. — Nunca entendí por qué en los cómics se permitía que los villanos regresaran una y otra vez ¿Cuánta gente ha matado el Joker? ¿Miles? ¿Decenas de miles? Y, aun así, continúan encerrándole en Arkham de donde, inexorablemente, volverá a escapar antes o después. Creo que es mucho mejor terminar con los problemas de manera definitiva.

— ¿Y no te importa la moral o la justicia?

— Claro que sí. Nosotros somos la justicia. — Contestó Reeva. Las olas empezaron a tener un tamaño considerable y salpicaban al romper contra la islita de TR. — Y la impartiremos sin importar las absurdas leyes que nos opriman o quiénes se nos opongan. Uy, parece que tenemos marejada. — Añadió con una sonrisa señalando la rizada superficie de la roca fundida. — Cuidado no te mojes.

— Ya veo. — Dijo TR. — Tengo una última pregunta ¿te gusta la magia?

— Es obvio que sí.

— Me refiero a la de los ilusionistas, los magos de salón y esas cosas.

— No mucho ¿por qué lo preguntas?

— Por nada.

Una explosión en la isla, justo bajo los pies de TR, levantó una espesa nube de humo negro. Cuando se despejó, el héroe había desaparecido.



viernes, 7 de junio de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 18

Los héroes tenían órdenes de ser discretos. El trabajo debía hacerse, siempre que fuera posible, sin llamar demasiado la atención y únicamente vigilantes tan populares como Bolea (o el mismo TR tiempo atrás) podían conceder entrevistas. Tampoco estaba permitido los grupos de más de tres personas, aunque fueran temporales, a fin de evitar que acabaran formándose pseudo-ejércitos de gente con alta capacidad destructiva.

Por estas razones, la “Asociación de Superhéroes” poco tenía que ver con los Vengadores, la JLA, la Patrulla X o cualquier otra típica agrupación de las que solían salir en los cómics. No se trataba de un escuadrón de combate contra el mal, salvo que hubiera una catástrofe severa, momento en el que se convocaba a todos los miembros del país. Era, más bien, un sindicado o un club social. Heroico, eso sí. Allí se encargaban de las heroicas declaraciones de la renta, los heroicos juicios por detrucción de la propiedad publica, los heroicos dientes rotos o los heroicos remiendos en los uniformes, además de organizar runiones (heroicas, por supuesto) para formentar entre sus miembros el compañerismo, la amistad y las relaciones de pareja. Como bien sabía TR, salir con alguien que no fuera de la profesión era bastante complicado e implicaba demasiadas mentiras.

Oficialmente, las decisiones en la Asociación se tomaban por votación en la asamblea general, pero a nadie se le escapaba que existía una especie de jefatura de facto que dirigía las cosas y a la que pertenecían los más poderosos héroes del país. Reeva, la Reina del Fuego, era una de sus miembros, aunque le encantaba aparentar que ella era la líder suprema… capricho que la mayoría le concedía por miedo a los seres infernales que podía invocar. No era, precisamente, una persona muy amistosa. Superbyte, al que le tampoco le sobraba paciencia ni buen humor, era otro de los personajes que formaban parte de esta junta directiva al igual que Chita (la mujer capaz de transformarse en un superchimpancé), Ultra-acelga (el forzudo señor de las hortalizas), Gamer (con la habilidad de materializar cualquier arma del videojuego que eligiese) y el Sastre Rojo (capaz de usar como arma cualquier tipo de prenda de ropa).

Puede que no tuvieran los mejores nombres en clave, pero sí que se trataba de los más poderososo enmascarados del país. Y todos, sin excepción, tenian algo en contra de TR. Desde haber desobedecido sus normas (ellos eran los que ponían las leyes que debían cumplir los héroes) al haber tratado de asaltar la Quebrada unos años antes, hasta emborrachar a uno de sus miembros para poder aprovecharse de él (o eso decía Gamer que, en opinión de TR, debía cambiarse el nombre a Gaymer y empezar a aceptar que le gustaban los tíos). No iban a darle una calurosa bienvenida, precisamente. Bueno, calurosa fue, porque en cuanto TR pisó el salón principal, ríos de lava surgieron de las paredes, cercándole en una pequeña isla de piedra en el centro de la habitación. A su alrededor, cientos de demonios aplaudían y reían a carcajadas. Sobre el alboroto, una voz clara y firme se alzó sin problemas:

— Estoy sorprendida de que hayas atrevido a venir.

Reeva, Reina del Fuego, surgió entre las sombras.



sábado, 1 de junio de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 17

De haber dependido de él, Sergi no se hubiera movido jamás del lugar en el que se encontraba en esos momentos: en la cama, desnudo y medio adormilado, abrazado a Mario. Ese rato de plácida tranquilidad era lo mejor que le había ocurrido en meses. Por supuesto, el sexo también fue genial (sus tiempos de actor porno contribuían a ello), pero no era lo mismo. Un orgasmo podía lograrlo cuando quisiera. Relajarse, era mucho más difícil. Estaba tan a gusto que incluso su naciente obsesión por los Conjurados, había abandonado su cabeza. De hecho, todo lo relacionado con TR le era indiferente. Él sólo era un pobre saltimbanqui con unos poderes ridículos. El mundo no se acabaría porque se tomase el día libre. Otros se encargarían de detener a los atracadores mientras él disfrutaba de un merecido descanso en los brazos de Mario.

Desgraciadamente para su recién descubierto relax, él no era el único de los presentes con temas pendientes en su vida. Mario también debía tener unos cuantos, porque su busca se puso a pitar como un loco.

— ¿Otra emergencia de fisioterapia? — Bromeó Sergii.

— Algo así. — Respondió Mario. — Cosas de hospitales. Tengo que irme. Pero espero que nos veamos pronto.

— Cuando quieras.

La marcha de Mario se llevó la tranquilidad y trajo de regreso la realidad en el piso y la cabeza de Sergi. Tenía un montón de cosas que hacer: terminar el cómic que estaba escribiendo antes de que su editor se cabreara, "copiar" la técnica de Bruce Lee con los nunchakus de alguna de sus películas, echarse una siesta para recuperarse de la noche en vela y la mañana de sexo... Aunque lo más importante era comenzar a investigar a los Conjurados. Tenía que haber algo que pudiera averiguar sobre ellos. Lo que fuera. Pero era imprescindible que les detuviera. Se habían cargado a algunos mafiosos y a punto estuvieron de hacer lo mismo con Bolea y él mismo. Por deber y por venganza, desbarataría sus planes, fueran los que fueran.

Sin embrago, por mucho que se lo prometiera a sí mismo, a Sergi no se le escapaba que encontrar información útil sobre los Conjurados iba a ser bastante complicado. No sabía nada sobre sus identidades reales, ni llevaban activos el suficiente tiempo como para que se hubieran dejado un par de pistas por el camino. Ni siquiera la policía tendría algo. Eran nuevos, poderosos y desconocidos para todo el mundo... o no. Bolea le había dicho que solían acudir a las reuniones de superhéroes. Era un comienzo. Aunque dudaba que fueran a recibir con los brazos abiertos.