viernes, 27 de septiembre de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 32

Bolea apareció un cuarto de hora más tarde, tiempo que Sergi aprovechó para escalar a la azotea más cercana y echar un vistazo a su apartamento. Visto desde esa perspectiva, no le quedó ninguna duda de que tenía visita. Debían ser un par de intrusos y parecían estar buscando algo, pues la luz de las linternas se movía mucho de un lado a otro.

La espera también le sirvió a Sergi para poner en práctica una técnica que le “copió” a un yogi (en referencia a un señor que practica yoga, no a un oso que roba cestas) que conoció en la India para regresar a la sobriedad más absoluta y poder centrar toda su atención en repartir sopapos a diestro y siniestro. Era un truco genial para esos casos. Desgraciadamente, no servía para momentos más íntimos, porque uno de sus efectos secundarios era dejar el aparato reproductor completamente inoperante durante una hora (momento en el que también regresaba la ebriedad y con bastante más fuerza que al principio).

— ¿Qué pasó? — Preguntó Bolea cuando finalmente llegó. — Me fastidiaste una cita con una mina re linda.

— Lo siento, yo también tenía planes, pero hay visitantes en mi casa y dudo que se trate de una fiesta sorpresa de mis amigos, porque les habría saltado la alarma al abrir la puerta.

— Así que son profesionales ¿Qué querrán estos choros?

— Lo único que se me ocurre que pueda interesar a alguien es el libro del Archivista… Luego te lo cuento. — Añadió antes de que amiga pudiera preguntar. — Eso o están esperando para darme una paliza.

— O ambas. — Dijo Bolea divertida.

— De todas formas, dejaré el libro entre los arbustos. Por si acaso no tenemos suerte y nos capturan. Y, ahora, vamos a conocer a los que han allanado mi morada.

Eligieron la entrada que usaba en sus salidas nocturnas vestido de TR como el medio más seguro de colarse en la casa sin que los intrusos se dieran cuenta, aunque era posible que ya supieran de su existencia. Que hubieran conseguido desconectar las alarmas, decía mucho del nivel que tenía esa gente y era uno que raramente se alcanzaba por gente que no perteneciera a la Asociación de Superhéroes. Sergi siempre se había esforzado por mantener en el más absoluto secreto su identidad secreta (valga la redundancia). Sus poderes le facilitaban no dejar huellas dactilares o restos de ADN (salvo que él quisiera) pero, además, había tratado de ser extremadamente cuidadoso a la hora de revelar cuáles eran sus aficiones nocturnas. Las únicas personas a las que se lo había dicho eran Bolea y su exnovio. Claro que eso no era ninguna garantía. Los Conjurados podían levitar, crear bolas de fuego y hacer campos de fuerza. Adivinar quién se escondía bajo la máscara de TR con una ouija, debería ser para ellos o para su jefa, un auténtico juego de niños.

TR y Bolea llegaron a lo alto del edificio y se colaron por la entrada camuflada que daba a un largo pasadizo que desembocaba en el salón del apartamento de Sergi. La casa se encontraba en la más completa oscuridad. Eso era algo que esperaban, pero seguía intranquilizándole. La incertidumbre por saber quién se había colado en su piso, le estaba matando. Por suerte, no tuvo que esperar mucho más, aunque el encuentro con los intrusos no se dio como él imaginaba. TR esperaba cogerles por sorpresa y darles una paliza, hasta que se decidieran a confesar. Que tiraran bombas cegadoras de magnesio, desde luego, no lo había previsto o no se habría puesto sus gafas de visión nocturna. La combinación dolía un poco y le dejaría cegado durante un tiempo. El oído, sin embargo, lo tenía perfectamente, por lo que no tuvo problema en escuchar los gritos, el ventanal de su salón estallando en mil pedazos y la voz de su agresor.

— Hola TR, cuánto tiempo. — Dijo.

— ¿Gamer?

Y, entonces, alguien le dio un porrazo.


viernes, 20 de septiembre de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 31

La cena con Mario había ido muy bien, la música de la discoteca había estado muy bien y los magreos varios que se habían sucedido durante la noche, le habían dejado cachondo y muy bien. Lo único que le faltaba para calificar la noche con un “muy bien” era que su cita aceptase subir a su piso y dedicaran las horas que quedaran hasta el amanecer a practicar sexo desenfrenado. No sabía si en la cama le iría muy bien, porque se había tomado algunas copas, pero le era indiferente. Le bastaba con que Mario se quedara a dormir con él. Sería su primera cita completa en mucho tiempo y su primera noche sin TR.

— Mira lo que he encontrado bajo un arbusto. — Dijo Mario mostrándole el librito rojo del Archivista. Parecía que deshacerse de su alter-ego superheroico iba a ser más difícil de lo que creía.

— Sí, es mío. — Respondió Sergi quitándoselo de las manos. No es que contara nada importante, pero tampoco quería que la gente común fuera leyéndolo. Eso podía acarrear preguntas. Además, tendría que devolvérselo a su dueño para evitar que mandara libros asesinos voladores a su casa. — Se me… ha caído por la ventana.

— Pues está bastante bien para la leche que se ha dado. — Opinó Mario mirando a lo alto del edificio. — Tu casa es el último ¿verdad?

— Sí. Es esa con los marcos de las ventanas azules que… — Sergi se detuvo a mitad de frase. Le había parecido ver un resplandor que salía desde el interior de su apartamento. Aunque también podía ser un reflejo — … que son tan grandes… — Terminó titubearte. Lo había vuelto a ver y, esta vez, estaba casi seguro de que provenía de su salón.

Tenía que evitar poner a Mario en peligro y, por mucho que le doliera, eso implicaba cancelar su noche de pasión y mandarle a su casa. Y no había mejor forma para lograrlo que fingir una pequeña lesión sin importancia. Lo sabía muy bien. No era la primera cita que tenía que cancelar por culpa de unos ladrones.

— ¡Ah! — Gritó agarrándose el gemelo. — ¡Qué dolor!

— ¿Qué te pasa? — Le preguntó Mario con seriedad. — ¿Te ha dado un calambre en la pierna? ¿Una luxación? Cuéntame dónde te duele y seguro que puedo aliviártelo.

— Creo que me… — empezó a decir. Se había olvidado que su pareja era fisioterapeuta. Si quería librarse de él, tendría que inventar algo que no tuviera que ver con lesiones musculares. — Creo que me he pasado con las gambas. Me duele mucho la tripa.

— ¿Y por qué te cogías la pierna? — Preguntó Mario curioso.

— Ya sabes, un reflejo de esos raros. — Explicó Sergi sin mucho convencimiento, esperando que el otro se lo creyera. — Yo que tú me iría a casa. Lo que va a suceder en breves momentos no va a ser nada bonito.

— No me asusto con facilidad. En el hospital he visto de todo.

— Sí, pero no me sentiría cómodo teniéndote en el salón, mientras yo paso la noche en el baño imitando a un volcán en erupción.

— Um, qué gráfico. — Rio Mario. — Está bien, te dejaré solo. Pero mañana por la mañana vendré a verte para ver si estás bien y terminar lo que hemos empezado.

— Perfecto. A partir de las diez de la mañana, cuando quieras. — Respondió Sergi antes de darle un largo beso en los labios.

Unos minutos después, Mario se alejaba en un taxi. Le hubiera encantado poder irse con él, pero tenía cosas que hacer. Alguien estaba en su apartamento y, teniendo en cuenta las medidas de seguridad que poseía, debía ser gente peligrosa. Necesitaba ayuda. Así que cogió el móvil y marcó un número que conocía muy bien.

— Hola, necesitaría que me echaras una mano en plan serio. — Dijo. — Y, ya que vienes, podrías traerme el traje que dejé en tu casa por si surgía una emergencia. Sí, un par de armas también me vendrían bien.

Y así, una vez más en su vida, TR volvió a estropearle una cita.


viernes, 13 de septiembre de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 30

Sergi estaba cabreado. Y mucho. Había sufrido demasiado para conseguir ese libro. El enfrentamiento con la cuasi-omnipotente Reeva y sus demonios, las carreras por medio edificio de la Asociación de Superhéroes, la paliza que le metieron los libros encantados del Archivista, media docena de intentos de asesinato… Era excesivo. Sobre todo, cuando uno se daba cuenta de que aquello en lo que había puesto sus esperanzas y que tanto le había costado lograr, no servía de nada. El Archivista, aquel que todo lo veía y todo lo escribía, plasmó entre las cuatro hojas del librito rojo ni una sola línea que le pudiera servir para detenerles. Lo único nuevo que había averiguado era que los Conjurados estuvieron viviendo en la calle (algo que, por otra parte, le daba bastante igual) y que Reeva organizó el atraco al banco con rehenes (lo que no resultaba sorpresivo después de que la Reina del Fuego le contara que los hermanos trabajaban para ella). Nada más. Ni nombres, ni direcciones, ni alguna pista sobre lo que se proponían. Y la frase que más pistas podría haber proporcionado, la última, no estaba acabada. “Lo que ninguno de los tres sabía…” decía. Parecía que el Archivista le había gastado un chiste malo.

— Eso explicaría por qué pude escapar de su biblioteca. — Dijo Sergi con furia. — Porque al muy cabrón le apetecía tomarme el pelo ¡¡A ver que tal vuelas ahora!! — Gritó en voz alta mientras, incapaz de contenerse, arrojaba el libro por la ventana. Como había esperado, en esta ocasión, el manuscrito cumplió con las reglas habituales de la física y, en vez de flotar, cayó a plomo hacia la calle y aterrizó entre los arbustos de un parque vecino.

— El alcalde me odia por ser gay, — continuó — el gobierno no me soporta porque traté de limpiar la Quebrada, me echaron de la Asociación de Superhéroes por salir del armario, la mitad de la población me toman por un chiste viviente y la otra mitad quiere mi cabeza. Y voy yo y me enfrento a unos tíos con más poderes mágicos que Merlín para salvar las vidas de unos mafiosos que nadan en dinero gracias a la trata de blancas, el tráfico de órganos y la venta de drogas a menores. Así que se ha terminado. A partir de hoy mismo me ocuparé de mis cosas y me dedicaré en exclusiva a mi vida de guionista de cómics. O puede que vuelva al porno ¿quién sabe? Tengo tantas posibilidades como “copias” pueda hacer. Lo que hoy se termina es mis andanzas como TR.

Cogió el móvil, mandó un mensaje a Mario y, tras recibir respuesta, se fue en busca de algo que le quedase bien. Esa noche tendría una cita normal que terminaría en una sesión de sexo normal y nada se lo impediría. Ningún brujo, superhéroe, demonio, ladrón, policía, asesino o chalado de los libros podría impedir que cenara y se acostara con Mario (cada cosa en su momento y su lugar, eso sí). TR ya le había fastidiado muchas relaciones. Ya era hora de que pudiera disfrutar tranquilamente de su vida privada y amorosa.



viernes, 6 de septiembre de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 29

— Vaya coñazo. Menos mal que es corto. — Pensó Sergi. Sin embargo, a pesar de las quejas, continuó leyendo la historia del libro a la espera de que, en la siguiente página, apareciera el dato que le permitiera encargarse de los Conjurados.

“Solos y sin dinero, los Conjurados se encontraron completamente perdidos en una ciudad extraña que poco o nada tenía en común con los pequeños pueblos en los que habían vivido en su niñez. Ni siquiera sus fabulosos poderes les servían de ayuda, pues aún carecían de la práctica y el control suficientes para realizar las maravillas de las que serían capaces pocos años más tarde. Llegarían a crear dinero de la nada, pero en aquellos tiempos lo máximo a lo que podían aspirar era a invocar una pequeña bola ígnea que encendiera la hoguera que calentaba el ruinoso edificio en el que habitaban. Y no todos los días lo conseguían. Sus medios de supervivencia fue derivando desde la básica mendicidad inicial hacia ramas más delictivas, como pequeños hurtos, timos, trapicheos y cualquier cosa que implicara obtener dinero, incluidas actividades alternativas como las representaciones callejeras de magia de Alpha y las peleas clandestinas en las que siempre andaba envuelto Omega. Y, entonces, cierto día tuvieron que pasar a mayores y atracar una sucursal bancaria a mano armada. No contaban con un plan concreto y el control sobre sus poderes continuaba siendo escaso, pero necesitaban dinero con urgencia para pagar unas deudas de juego de Omega. El banco les pareció la mejor opción, a pesar de los problemas que pudiera acarrearles dar un golpe tan llamativo. Y, aunque ellos no lo sabían, el peor de todos los problemas que pudieran esperar estaba ya en camino. La alarma silenciosa de la oficina conectaba directamente con la Asociación de Superhéroes y su ególatra líder en la sombra, la hechicera Reeva, fue la que acudió a la llamada, dispuesta a calmar su tedio con la detención de algún delincuente. Sin embargo, la heroína no llegó a intervenir en el atraco. Incluso desde kilómetros de distancia, podía sentir el verdadero potencial de los dos hermanos. Su aura mágica. Se trataba de una energía que rivalizaba con la suya propia, la autoproclamada soberana del Inframundo. Era poder puro. Y ella lo quería. Así que, en vez de entrar en el banco, prefirió apostarse en una azotea cercana, esperando que escaparan del banco. Media hora más tarde, les siguió hasta su guarida y se presentó ante ellos. Los hermanos no tuvieron que pensar mucho el trato que les ofreció la bruja. Les daría dinero, les proporcionaría una casa, les sacaría de las calles, les enseñaría a controlar sus poderes y pondría fin a la miseria, la delincuencia y el frío invernal. Era más de lo que nunca pudieron llegar a imaginar. Y lo único que tendrían que hacer a cambio sería convertirse en unos héroes enmascarados que limpiaran la ciudad de la escoria que la infectaba. Aceptaron sin dudar. Los Conjurados fueron presentados en público un año después, con su decisiva intervención en un atraco con rehenes (aunque fue la misma Reeva quien lo preparó), pero su actividad como vigilantes había comenzado un poco antes, con el asesinato del mafioso Pinoli. Esta muerte, que Omega consideraba el principio de su venganza contra la sociedad que tanto les había maltratado, supuso también un tremendo error, pues atrajo la atención de TR. El superhéroe del triángulo rosa llevaba mucho tiempo encargándose de la seguridad de la ciudad y no le agradaban los justicieros que se tomaban la ley por su mano. Podía parecer un enemigo menor, pero lo cierto era que contaba con múltiples habilidades. Y, además, era completamente libre, sin ataduras con el Ayuntamiento o con la Asociación de Superhéroes. Un mercenario sin amo que acabó por crispar sus nervios. Los hermanos discutían sobre cuál sería la mejor forma de deshacerse de su recién creado antagonista. El frío Omega era partidario de eliminar a TR de forma permanentes, mientras que el paciente Alpha era más partidario de ganarle para su causa. Lo que ninguno de los tres sabía…”

— ¡Menuda mierda! — Gritó enfadado Sergi al ver que ese era el final del libro.