viernes, 31 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 47

Sergi fue el primero de los tres en despertarse y no lo hizo hasta bien entrada la tarde, sobre las seis, cuando el sol empezaba a desaparecer por el horizonte. Seguía tan agotado tras el largo viaje que no le hubiera importado seguir durmiendo durante un par de horas más. Pero el ruido de un motor lejano le desveló, impidiendo que volviera a cerrar los párpados. No era más que un leve zumbido, un murmullo tan distante que hasta resultaba difícil reparar en él. Sin embargo, fue más que suficiente para despertar todos los temores que el agotamiento y el estado de shock en el que se encontraba su mente habían conseguido reprimir hasta el momento. La policía, el ejército y la Asociación de Superhéroes les estaban buscando. Tendrían que montar guardias para asegurarse de que no les pillaban por sorpresa. Para Reeva no debería ser un reto encontrarles. Antes o después lo haría.

— Sobre todo, contando con la ayuda y los poderes de Mario. — Pensó.

El recuerdo del menor de los Conjurados hizo que el estómago le diera un vuelco y unas potentes nauseas se adueñaran de su garganta, obligándole a correr al baño a vomitar. Saber que no podía hacer nada por salvarle, le estaba mataba por dentro. Y el extraño y vívido sueño erótico de esa noche, no mejoraba la situación. Se sentía un poco culpable porque su cerebro estuviera fantaseando de esa manera mientras el chico se encontraba sumido en una auténtica pesadilla. Aunque esa culpabilidad no era nada con la que tendría media hora más tarde, una vez Héctor se hubo levantado y él fue a ayudarle con el desayuno.

— No quiero hablar. — Fue el único saludo del hechicero.

— Sólo venía a enseñarte dónde estaban las tazas. — Respondió Sergi. De haber estado hablando con cualquier otra persona, tanta hostilidad injustificada le hubiera resultado sorprendente. Pero en Héctor, era normal.

— Muy bien, vamos a discutirlo. — Continuó el Conjurado que no parecía escuchar lo que el otro le decía.

— Vale. — Dijo Sergi. Eso ya era más confuso y extraño.

— Aprovecha este momento porque nunca jamás en la vida volveremos a mencionarlo.

— Lo siento, pero no sé de qué me estás hablando.

— De lo de anoche. — Contestó Héctor. — Ya sabes... tú y yo... Por favor, no me hagas entrar en detalles.

— ¿Qué? — Preguntó Sergi que, de repente, se había quedado sin sangre en buena parte de su cuerpo. Estaba blanco y las nauseas, habían regresado con fuerzas renovadas. Salió corriendo al servicio y consiguió llegar antes de empezar a vomitar, aunque se manchó los pantalones.

— Fue Mario. — Continuó el hechicero desde el pasillo. — Entró en mi sueño y manipuló mi cuerpo.

— Creía que no había sido real. — Consiguió responder TR una vez su estómago dejó de querer escapar por su garganta.

— Bueno, tampoco te tortures mucho. Debió influirte a ti también para que te mostraras más receptivo.

— Pero ¿por qué haría algo así? — Preguntó Sergi entre arcadas.

— Quién sabe. Puede que pretendiera putearnos o que quisiera mandarte un último mensaje. En cualquier caso no volverá a repetirse porque he roto por completo el vínculo que nos unía.

— Bien.

— Eso sí, que quede claro que no soy ni seré gay. — Concluyó el hechicero con renovada hostilidad. — Y aquí hemos terminado la conversación.



jueves, 30 de enero de 2014

Nueva imagen de Santi

Como viene siendo habitual, el estreno de un nuevo recopilatorio de "Diario de un treintañero... y gay... y ciego" supone un cambio de imagen para Santi, aunque en esta ocasión ha sido algo más radical que de costumbre ¿Qué os parece? ¿Preferíais el antiguo o el nuevo? ¿Os gustaba más el Santi esquemático o esté más definido?




miércoles, 29 de enero de 2014

Nuevo descargable de Santi

Ha tardado, pero por fin ya está aquí el nuevo descargable de Diario de un treintañero… y gay… y ciego (¡el tercero ya!) que, en esta ocasión, recopila las 36 primeras entradas de la segunda temporada de las aventuras de Santi (es decir, de la 2×01 a la 2×36).

Como todos los recopilatorios es totalmente gratuito y puede conseguirse en la página de Historias con Hache en pdf, movi y e-pub.

Espero que les guste.

viernes, 24 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 46

Mucho antes de que decidiera defender la justicia como TR, había tenido multitud de ocupaciones, algunas de las cuales no eran todo lo honrosas que se podrían esperar de alguien que se dedica a combatir el crimen. Fue durante una época de rebeldía y escasa comprensión paterno-filial en la que decidió independizarse por su cuenta y ganarse la vida como buenamente pudiera. Durante ese tiempo descubrió dos cosas importantes que marcaron su vida: que la gente pensaba que estaba muy bueno y que era capaz de aprender cualquier cosa con con bastante facilidad. Gracias a ellas y a los trabajos que le facilitaron (en la industria del cine para adultos y en el negocio del saqueo nocturno de locales comerciales, respectivamente) logró sobrevivir en aquellos tiempos difíciles. Y gracias a su habilidad asaltando tiendas, (“copiada” al que se convertiría en su gran amor de juventud) y a un trozo de alambre que encontraron en el suelo, el grupo no tuvo problema a la hora de abastecerse de ropa en el centro comercial. Eso sí, a pesar de las felicitaciones que recibió, Sergi no se sintió nada orgulloso haciéndolo. Comportarse igual que aquellos a los que TR perseguía le revolvía las tripas. Pero era consciente de que no tenían otra opción. El último ataque de Reeva les había dejado, como suele decirse, en pelotas. Literalmente porque, por no tener, ni siquiera tenían ropa y tampoco podían ir a sus casas o sacar dinero para compra alguna. Sus identidades, la verdadera y la secreta, estarían siendo vigiladas por la policía y la Asociación de Superhéroes. Lo único que podían hacer era coger lo que necesitasen y esperar que un seguro cubriera las pérdidas al comerciante.

Vestidos, armados y con provisiones enlatadas suficientes para varios meses, salieron del centro comercial antes de que el hechizo ocultador de Héctor se hubiera agotado. Nuevamente, Sergi tuvo que tragarse su orgullo superheroico y poner en práctica otra de las habilidades de su oscuro pasado para conseguir un coche que les sacara de allí y les llevara a un lugar seguro, si es que existía. Los escondites de los Conjurados habían quedado comprometidos y los de los demás tampoco les ofrecían demasiada confianza pues temían que Reeva hubiera descubierto su ubicación mientras poseyó la mente de Bolea. Por suerte, TR aún contaba con un escondrijo de reserva, uno del que nunca habló a su amiga y que había tenido la precaución de comprar con nombre falso. Estaba lejos, muy lejos, pero necesitaban un refugio en el que recuperarse del golpe sufrido.

Tardaron toda la noche y parte de la mañana en llegar a su destino: una pequeña casa perdida en la meseta, sin un alma en muchos kilómetros a la redonda. Esta era otro de los legados de su oscuro pasado. No había regresado más que un par de veces desde entonces, pero la construcción seguía sólida y limpia. Una mujer que vivía a más de una hora de allí se encargaba de mantenerla y la alquilaba por temporadas a urbanitas en busca de paz, aunque en esos momentos se encontraba vacía.

Descargado el maletero y modificada la matrícula del vehículo con algo de magia, los tres fugitivos bajaron las persianas y se metieron en las camas, en busca de un descanso que creían merecido. Sin embargo, no les resultó sencillo descansar después de lo que habían vivido. Tenían demasiadas cosas en el cerebro. La impotencia que les había obligado a escapar como cobardes, la sensación viscosa que la posesión mental dejaba en el cerebro, la cara de la persona querida al ser desposeída de su voluntad, la maldad pura que desprendía Reeva, el fétido hedor de los seguidores de la Reina del Fuego, la actitud confusa del Archivista, los reproches hacia el resto de miembros de aquel improvisado equipo, el miedo por el futuro desconocido… Al final, acabaron dormidos de puro agotamiento.

En su sueño, que sentía como si fuera más real que la propia vida, la puerta de la habitación de Sergi se abrió y una figura penetró por ella. La penumbra del cuarto no le permitía distinguir bien sus facciones, en los sueños suele ser complicado, pero le pareció que era Mario. Olía como él, se movía como él y, al tocar su mano, tuvo claro que también sentía lo mismo que si fuera él. Embriagado por un irrefrenable deseo, se levantó de la cama y empezó a besarle sin hacer preguntas. El hechicero tampoco dijo nada el tiempo, horas según la percepción onírica de Sergi, que pasaron haciendo el amor. Luego, el chico desapareció del mismo modo que había llegado, dejando a Sergi en la soledad de su sueño. Horas después, cuando despertó de verdad, lo hizo mucho más tranquilo y relajado. Aunque se sentía un poco preocupado. Su encuentro con Mario había sido tan real e intenso, que le resultaba difícil aceptar que sólo se había tratado de una fantasía de su cabeza.



jueves, 23 de enero de 2014

Nominaciones premios Auriga

En el blog "Libros Secretos" han tenido el detallazo de nominar a sus premios de literatura homoerótica a "Diario de un treintañero... y gay... y ciego" y "TR, el superhéroe gay", ambos en la categoría de mejor libro original de comedia.

Las votaciones empezarán el día 5 de Febrero y el día 9 se darán a conocer los ganadores. Así que os invito a que os paséis por el blog, os leáis las historias nominadas y votéis.

viernes, 17 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 45

A medida que sus retinas se acostumbraron a la exigua iluminación del lugar, Sergi fue distinguiendo las formas de aquello que le rodeaba, aunque tampoco es que hubiera demasiado que distinguir. El espacio en el que se encontraba, embaldosado de arriba abajo con frías losetas de inspiración marmórea, era extrañamente amplio y se encontraba bastante vacío. De hecho, sólo dos siluetas merecieron su atención. Ambas, figuras humanas.

Una yacía inconsciente a pocos metros de él. Indudablemente, a juzgar por los cuadros que constituían su única vestimenta, se trataba de Bolea.

La otra figura que llamó su atención se hallaba algo más alejada y por los ruidos guturales que emergían de su garganta y por la postura que tenía, arrodillado en el suelo, Sergi supuso que estaría vomitando. Pensando que podría ser Mario, TR se acercó corriendo a ayudarle, pero no necesitó llegar a su lado para darse cuenta de que se había equivocado de hermano. Era Héctor el que vomitaba, no Mario. Desilusionado y con los recuerdos de lo sucedido volviendo en tromba a su cerebro, decidió dejar al hechicero que regurgitaba tranquilo su contenido estomacal antes de preguntarle nada. Una vez lo hizo, el recibimiento fue aún peor de lo que había esperado pues al grito de “Todo esto es culpa tuya” el Conjurado se lanzó sobre él a puñetazos. Sergi dejó que desahogara su desesperación contra su pecho y cara sin resistirse. Los golpes dolían bastante, se notaba que Héctor tenía experiencia en peleas callejeras y que aprovechaba sus sesiones en el gimnasio. Pero a TR no le importaba. Si era cierto lo que decía Omega, si él había tenido algo que ver con el destino de Mario, se merecía todos esos puñetazos. Incluso, los necesitaba para, a su manera, desahogar el dolor que había ido acumulado desde que descubrió que el chico con el que salía era uno de sus peores enemigos.

Terminado el arrebato, se quedaron sentados jadeantes, cansados, llorosos y, en el caso de Sergi, con bastantes dolores de más.

— ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó TR tras un interminable silencio. — Todo el asunto con Reeva fue real ¿verdad?

— Sí. — Respondió Héctor suspirando. — Conseguí teletransportarnos en el último momento.

— Y Bolea está…

— Inconsciente. — Explicó el Conjurado. — He revertido el ritual para que no puedan controlarla, pero tardará un rato en despertar.

— Te lo agradezco.

— No lo hice por ti. — Gruñó Héctor.

— Ya... ¿y dónde estamos?

— En un centro comercial. Por cierto, estoy hasta las narices de verte desnudo.

— Lo siento. — Se disculpó Sergi rojo como un tomate mientras juntaba las piernas para esconder sus atributos. — ¿Y por qué no nos llevaste a un sitio seguro?

— Porque gracias a ti — empezó Héctor elevando el tono de voz tanto que, por un instante, pareció que iba a volver a golpear a TR — mi hermano se encuentra bajo el control mental de una bruja psicópata a la que le contará todos nuestros secretos.

— Lo siento, otra vez. — Dijo Sergi muchísimo más avergonzado (y entristecido) que por el asunto de la desnudez. Que hubiera podido contribuir de alguna forma, aunque fuera indirecta, a que Mario acabara en poder de Reeva le producía un dolor insoportable, mucho más profundo que el que le habían provocado los puñetazos de Héctor. — ¿Por qué no te afectaría a ti el hechizo de Reeva?

— No lo sé. — Contestó el otro con sequedad. — Mario y yo somos opuestos en casi todo. Supongo que su naturaleza psíquica fue más débil al ataque mental que yo, que soy más físico.

— ¿Conseguiremos rescatarle?

— No lo sé. Y ya está bien de preguntas. — Ordenó Héctor. La furia volvió a brillar en sus ojos pero, nuevamente, consiguió controlarse. — Despierta a tu amiga. Tenemos una hora para conseguir la ropa y provisiones antes de que se desvanezca el conjuro que mantiene dormidos a los guardias y desactivadas las cámaras.

— ¿Y después?

— Necesitaremos un coche. — Explicó el hechicero. — La mayoría de mis poderes sólo funcionaban al interactuar con Mario. Teletransportarnos de nuevo no va a ser posible.



viernes, 10 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 44

La explosión redujo a pedazos buena parte de la pared y la onda expansiva arrastró a los presentes hasta el extremo opuesto de la habitación. Ninguno sufrió más daños que el molesto pitido que se adueñó de sus oídos, algunos arañazos y una fuerte taquicardia a causa del susto. Contemplar a Reeva atravesando el recién creado agujero de la pared seguida por una horda de sus demoniacos sirvientes, no contribuyó a que se les relajara el pulso, precisamente. El único al que no pareció afectarle la aparición de la Reina del Fuego fue al Archivista, que permaneció sonriente y tranquilo, sentado en el sofá quemado y sin que ni una sola mota de polvo se hubiera posado sobre su chaqueta o sobre el inmenso volumen que aún descansaba sobre su regazo.

— Qué feliz me hace encontraros aquí reunidos. — Proclamó la hechicera. — A decir verdad, hubiera preferido que todos estuvierais vestidos, pero no por ello me alegro menos de veros. Me va a ahorrar muchos viajes por la ciudad.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó Héctor desafiante en cuanto consiguió recuperar la compostura. La sordera temporal, secuela de la detonación, hizo que lo dijera bastante más alto de lo que era necesario en un espacio tan pequeño. — Ya te dijimos que nos encargábamos nosotros.

— Alguien me informó de que teníais un invitado inesperado y se me ocurrió pasarme a comprobar cómo se desarrollaban los acontecimientos. — Contestó Reeva. — Buenas noches Archivista, es un placer inesperado volver a encontrarte en este mundo.

— Lo mismo digo, Poderosa Señora de las Profundidades. — Replicó el hombre mientras se incorporaba y le hacía una profunda reverencia.

— Veo que has traído uno de tus libros ¿Debo deducir que has revelado alguno de mis secretos?

— Efectivamente, Emperatriz de los diablos.

— Bueno, supongo que tenía que ocurrir algún día. Aunque esperaba que fuera más tarde.

Mario se levantó con dificultad de entre los cascotes y el polvo. Su cara reflejaba tanta confusión como cuando encontró a Sergi desnudo junto a Bolea.

— ¿Entonces es cierto? — Preguntó con voz entrecortada. — ¿Tan sólo pretendías utilizarnos?

— Es una forma de verlo. — Respondió la mujer. — A mí me gusta pensar que iba a compartir la gloria con vosotros mientras me fuerais fieles.

— ¿Y por qué nos ocultaste que Bolea sería afectada por el hechizo? — Intervino Héctor.

— Resulta que el encantamiento tiene un pequeño efecto colateral. — Explicó con una amplia sonrisa. — Os lo mostraré: Melanie, querida, acércate a rendirme pleitesía, por favor.

Bolea se puso de pie como si un marionetista manejase sus miembros con unas cuerdas invisibles. En su rostro se podía vislumbrar la lucha que se desarrollaba en el interior de su mente por el control del cuerpo. Sin embargo, a pesar de ello, la argentina se plantó frente a Reeva y, con la cabeza gacha, se arrodilló sin dudar.

— ¿Veis? Puedo controlar a cualquiera al que le afectase el hechizo. — Dijo la Reina del Fuego pletórica de felicidad. — Pero no os podía contar lo de Bolea porque ella es la única que podía encargarse de eliminaros.

— Pero.. pero... — empezó Mario — ¿por qué? tú has sido una segunda madre para nosotros. Te queríamos.

— Mi querido niño. Eres de una simpleza pasmosa. No me apliques la burda lógica de los mortales. Yo soy una Diosa y lo divino es lo único que me concierne. Si Hera arrojó a Hefesto del Olimpo por su fealdad ¿cómo iba yo a dejaros vivos cuando suponéis un peligro para mis planes?

— Nunca te hubiéramos traicionado. — Replicó Mario sollozando.

— Los humanos sois volátiles. La influencia de TR o el exceso de arrogancia de tu hermano podrían haber conseguido que cambiarais de idea y decidierais levantaros contra mí.

— ¿Y ahora que va a pasar? — Preguntó Héctor. — ¿Vas a pedirle a esta mema que nos asesine a todos? Eres una bruja cobarde.

Con una velocidad sorprendente, Bolea se acercó al Conjurado y le dio un puñetazo en el estómago que hizo que el chico se doblara de dolor.

— No seas impertinente, Omega. — Respondió la Reina del Fuego. — Además, ya no tengo necesidad de librarme de vosotros. Recientemente, he encontrado otra solución mucho más satisfactoria.

La mujer abrió una bolsita de cuero que colgaba de su hombro y en la que ninguno había reparado hasta el momento y sacó una pequeña joya roja.

— Uniros a mí. — Ordenó Reeva.

El potente brillo que emitió la joya pareció congelar a los Conjurados. Durante unos instantes, ninguno de los dos se movió ni un milímetro. Incluso sus respiraciones se detuvieron. Pero la parálisis duró apenas unos pocos segundos. Cuando volvieron a inspirar, Mario se arrodilló frente a la bruja. Héctor, por su parte, agarró del brazo a Bolea y se lanzó sobre TR. El grito desesperado de Omega y un potente fogonazo fue lo último que Sergi percibió antes de perder el conocimiento.