lunes, 30 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 09

El ser voluminoso (aunque no era mucho más alto que un humano) y de color marrón (salvo por una enorme mancha blanca que cubría sus cuartos traseros) contaba con un morro prominente, un par de cuernecitos puntiagudos, patas relativamente finas, ojos grandes y pezuñas formadas por dos dedos. Baz no tuvo ninguna duda, desde el instante en que la vio, de que aquel ser era una vaca aunque se encontrara erguida sobre sus patas traseras y les estuviera saludando efusivamente con las delanteras. Era una vaca… o un toro. El sexo era lo único que aún no tenía claro respecto al animal… bueno, en realidad había muchísimas otras cosas que aún le quedaban por saber, pero Baz era una persona bastante pragmática y esos pequeños detalles no le interesaban. A le daban igual los cómos y los porqués, le bastaba con tener claro que se trataba de una vaca para poder hablar con ella. En cambio el tema del sexo le preocupaba mucho. Nunca había hablado con un rumiante (al menos esperando respuesta), pero intuía que llamar “vaca” a un toro bravo no era de esas situaciones que terminan bien. Lo podía haber averiguado con un rápido vistazo en busca de las ubres pero, por alguna razón, eso le parecía una descortesía.

—Buenos días —les saludó el animal con una reverencia cuando se acercaron. Baz se llevó un chasco al darse cuenta de que, en contra de lo que había esperado, no iba obtener ninguna pista sobre el sexo del rumiante por su voz. Era el tono más plano y asexuado que había oído en su vida.

—Buenos días, señ… —empezó el guerrero haciendo serios esfuerzos para controlar la tentación de mirar por debajo de la cintura del animal.

—Es una vaca —dijo Tayner divertido. El príncipe no tenía tantos reparos como su acompañante en fijar la mirada en determinadas partes del cuadrúpedo. Y tampoco le importaba señalarlas.

—Mis ojos están aquí —se quejó el animal.

—Y sus ubres ahí abajo —le susurró Tayner al oído de Baz.

—Compórtate —le ordenó el guerrero.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo. Es una vaca.

—Ya lo he visto.

—¡Es una vaca! —gritó el príncipe.

—Yo lo sé, ella lo sabe, tú lo sabes y si hay alguien por los alrededores, seguro que ya lo sabrá.

—Eres imposible —gruñó Tayner.

—Perdónele, señorita —se disculpó el guerrero ante la vaca—. A la juventud le cuesta mantener los debidos modales.

—Al menos yo voy vestido —farfulló el príncipe indignado.

—No se preocupe, una se acostumbra a cruzarse con maleducados —dijo el rumiante—. Y dígame, gentil guerrero ¿qué hacen por estos bosques a horas tan intempestivas? ¿a dónde se dirigían?

—Buscábamos una montaña solitaria a la que llaman Reevert Tull o algo por el estilo —explicó Baz—. ¿Sabe usted su situación?

—Pues sí. Da la casualidad de que yo soy su guardiana —respondió la vaca mientras en sus manos se materializaba una maza gigantesca y su boca se ponía a rumiar como si estuviera mascando chicle.

—No se pelea con la boca llena —farfulló Tayner.

sábado, 28 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 08

La paciencia no debía figurar entre las virtudes del rey Morfin, porque les pidió (más bien les ordenó de malas formas mientras una escuadra de sus soldados desenvainaban sus espadas con gesto amenazante) partir inmediatamente sin importarle la hora que fuera, la oscuridad reinante o que ambos se encontraran agotados después de un día lleno de emociones, caminatas, raptos y peleas. Así que Tayner y Baz tuvieron que recoger sus escasas pertenencias y volver a ponerse en marcha. La única deferencia que tuvo el rey fue con el príncipe, al que le regaló unas botas más adecuadas para caminar que el fino calzado que llevaba. Estaba claro que Morfin seguía preocupándose por el muchacho independientemente de robos y manipulaciones.

Durante un tiempo considerable ninguno dijo nada. Tayner no sentía muchas ganas de compartir sus pensamientos (la mayoría de ellos violentos y relacionados con el dolor que sentía a causa de las ampollas de los pies) y Baz no sabía bien qué decir. El guerrero estaba confuso, debatiéndose entre la indignación por haber sido hechizado y la atracción que le provocaban los ojos verdes del chico. Sin embargo, tras pasar el desvío, fue la curiosidad la que impuso sobre el resto de sentimientos.

—Entonces… —empezó el guerrero—. Si te casas con el rey Elveiss… ¿qué eres? ¿su reina consorte?

—No iba a casarme con el rey —respondió Tayner enfadado.

—Pero antes has dicho…

—Dije que no me casaba con su hija —le interrumpió el príncipe—, pero nunca mencioné que fuera a contraer matrimonio con Morfin. Iba a ser su… yerno.

—¿No acabas de mencionar que no te casabas con su hija? —preguntó Baz confundido—. Me estoy liando.

—Hace 500 años, el rey Mirgoniur de Elveiss tenía una preciosa amante a la que adoraba con locura —explicó Tayner—. No quería separarse de ella ni un segundo, pero temía la ira de la reina. Así que se le ocurrió casarla con su hijo primogénito. La cosa fue bien hasta que, con el paso de los años, se encaprichó de otra dama y tuvo que casarla con su segundo hijo. Luego vino una tercera y una cuarta. El rey siguió llevando nuevas “nueras” a la corte incluso cuando se quedó sin hijos solteros. Pero para entonces a nadie le importaba lo que hiciera el rey con sus amantes, ni siquiera a su esposa.

—¿Y acabó convirtiéndose en un tradición?

—Así es —respondió el muchacho—. Ahora mismo, el rey de Elveiss debe presentar una nueva nuera o un nuevo yerno cada cinco años para mostrar al mundo que sigue teniendo ganas de vivir y de gobernar.

—¿Y tú te presentaste voluntario?

—Por atender las necesidades del rey durante cinco años tienes derecho a una vida de lujo y a un cargo importante en el país. No me parecía un mal trato.

—Es posible.

Baz iba tan ensimismado que ni siquiera se dio cuenta de que desde un lado del camino, alguien les saludaba. Y debería haberse fijado porque estaba rodeado de antorchas. Y, además, porque se trataba de una vaca.

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 12

Decía que entonces besé en los labios a Gotthold. Pero que nadie piense que fue un pico rápido en los labios, como una colegiala vergonzosa al chico que le gusta. Yo cuando doy un beso, lo hago en condiciones. Un buen morreo de que esos que consiguen que se pongan tiesos todos los vellos de tu cuerpo (y alguna otra cosa también). Él se dejó hacer durante unos segundos, pero no puso mucho de su parte. Cuando finalmente se apartó, me sonrió. Podía ser una sonrisa de “eso ha estado muy bien y quiero más” o de “estoy tan bueno que no pueden resistirse a mis encantos”. No lo tenía muy claro. Su entrepierna apuntaba (además de hacia delante) a la primera opción, pero tampoco era una prueba concluyente. Tengo que admitir que beso muy bien y he provocado ese tipo de reacciones en más de un heterosexual.

—Tenemos que darnos prisa —dijo él mientras sacaba ropa de su mochila—. Deberíamos regresar antes de que suba la marea.

Estaba claro que, mientras estuviéramos de caza, eso no iba a llegar a mayores, así que opté por vestirme y pensar en otras cosas. Normalmente, no tengo que hacer tantos esfuerzos por echar un polvo. Como luego resultara ser un desastre en la cama, iba a cabrearme mucho.

—Me parece curioso que alguien tan friolero como tú pudiera atravesar desnudo el lago a su temperatura habitual —comenté una vez ambos tuvimos puestos de nuevo los pantalones—. Seguro que está prácticamente helada.

—¿Friolero?

—Estabas tiritando antes de que te… secara —respondí.

—Ah, sí —dijo con una nueva sonrisa—. Bueno, por las noches la temperatura del agua es soportable ¿No lo notaste al hacer el hechizo?

—Estaba concentrado en otras cosas —contesté. No recordaba que yo mismo había metido la mano en el lago. La verdad es que cuando hago magia me olvido de lo que me rodea.

—Pues está fría, pero no para que te dé una hipotermia. Por el día, ocurre lo contrario. En cuanto sube la marea, la temperatura baja bruscamente y no hay forma de meterse. Hay tardes en las que, incluso, llega a congelarse.

—Así que los terremotos son por la noche y las mareas frías por las mañanas —comenté pensativo.

—¿Eso te da alguna idea?

—Quizás… es una tribu de espíritus que tienen una lavadora y una caldera, pero sólo las ponen por la noche —propuse.

—¿En serio? —me preguntó Gotthold con la decepción y la incredulidad plasmadas en su cara. Eso no iba a ayudarme a tener sexo con el conde.

—Peores cosas he visto. Una bruja llegó a aterrorizar a una aldea pasando la aspiradora… claro que sucedió en el siglo XVI, pero eso no le quita validez al argumento…

—Tendré que creerle, señor Nicholas. Usted es el experto en hechizos, masajes antiestrés y secados especiales —comentó volviendo a sonreír—. Elija un camino para que podamos continuar con nuestra investigación paranormal, por favor.

Dos galerías se abrían en la pared. Del túnel de la derecha salía un ligero olor a azufre, del otro emergía una brisa suave y agradable.

—¿Prefieres que te lleve al monstruo o que sobrevivamos? —pregunté—. Déjalo, mejor vamos primero por la que huele a azufre. La de la izquierda me da demasiado mal rollo.

viernes, 27 de junio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 11

Entonces supe que Gotthold estaba en lo cierto respecto a las mareas del lago. No porque las viera. Las mareas no se pueden ver así y menos aún con la oscuridad que nos rodeaba. Pero sí que noté algo bullendo en el agua. Una magia que impregnaba cada molécula de líquido y que posibilitaba que se diera cualquier fenómeno inimaginable. Podía haberse manifestado con un estruendoso géisher, con un enorme iceberg o con bellotas ingrávidas, pero esta vez había sido por las mareas. Seguramente, también estaría muy fría. Y me refiero a que parecería recién traída de la Antártida. Como aprendí la vez que un pegaso con mala leche me lanzó a una fuente encantada (cuando yo padecía una intensa hidrofobia, por cierto) las cosas que están en contacto continuo con la magia tienden a las temperaturas extremas. No conozco la razón, pero se debe tener en cuenta si quieres coger un talismán encantado. Siempre hay que echarle un hechizo de cambio de temperatura o, como en mi caso, cogerlo con unos guantes gruesos. El único encantamiento relacionado con el calor que conozco es el de calentar agua lo que, por cierto, es una auténtica suerte porque odio el agua fría. Quizás por eso el hechizo permitió que lo aprendiera. A ver si tengo suerte y un día me tropiezo con un conjuro antimuerte, que tampoco soy muy amigo de que me maten.

Descubrir que el lago se encontraba encantado (o lo que fuera) no consiguió que me abstrajera del suplicio que estaba sufriendo. Tratar de bucear a pulmón con una aparatosa mochila a la espalda y una enorme linterna sumergible en la mano derecha por un túnel angosto y oscuro no era una actividad que me gustara. De hecho, escalaba rápidamente posiciones en mi escala de “peores experiencias con el agua”. Aún le faltaba para alcanzar a la del pegaso, pero no demasiado. Ni siquiera la presencia de Gotthold mejoraba la situación, más que nada porque lo único que le veía eran las plantas de los pies, zona que personalmente me parece bastante poco erótica. Si su culo hubiera ido precediendo mi camino, habría buceado muchísimo más alegre y ligero. Y ya no les cuento cómo me hubiera movido de rápido ante otros estímulos. Pero las plantas de los pies no me animaban en absoluto.

Aun así tampoco debería quejarme tanto porque, a pesar de que se me hiciera eterna, la travesía no duró más que unos pocos segundos. Emergimos en una pequeña bolsa de aire de apenas un palmo de alto. Era muy probable que, como dijo Gotthold, al subir la marea mágica esa zona quedaría anegada e hiciera mucho más complicado atravesar el túnel sin la ayuda de una bombona de oxígeno.

—Respira profundamente y nos volveremos a sumergir —me explicó el conde. Esperaba que dijera algo así porque era obvio que no nos podíamos quedar ahí eternamente. Aun así, escucharlo me sentó como una patada en el centro de mis gónadas—. El túnel que tenemos que atravesar está un poco más al fondo, pero es menos largo.

Un par de segundos más tarde, su cabeza desapareció bajo las aguas y yo tuve que imitarle. Descendí tan rápido que por un momento me desoriente y temí haberme perdido, pero pronto encontré las plantas de los pies de mi guía. Al salir para tomar aire por segunda vez, salí con demasiado ímpetu y me di en la cabeza.

—Ya queda poco —me animó Gotthold. Por supuesto era mentira pues aún tendríamos que repetir el proceso tres veces más antes de llegar nuestro destino: una cueva de tamaño considerable y que (supongo que por cosas de la magia) se encontraba iluminada. Allí se acababa el lago y se abrían un par de galerías en la piedra.

Salí del agua arrastrándome y casi entro en pánico al darme cuenta de que ese sería el único camino de vuelta. De haber conocido el hechizo para hacer explotar montañas lo habría puesto en práctica en ese mismo momento. Pero me tuve que conformar con admirar el precioso y húmedo cuerpo de Gotthold. Viendo que empezaba a tiritar me acerqué y extendí las manos sobre su espalda.

—Rolac —murmuré. Había dejado el mechero como ofrenda para el espíritu del lago lo que significaba que no podría repetir el hechizo con nuevas masas de agua, pero nada impedía que elevase un poco más la temperatura del agua que ya había calentado con anterioridad, como las gotitas que resbalaban entre los omoplatos del conde. A medida que se iba evaporando fui moviendo las manos primero a su culo, luego hacia sus pies, subí por delante hasta su cintura (ahí estuve un rato) y acabé en sus pectorales. Entonces le besé en los labios.

lunes, 23 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 07

Todo en el rostro del rey Morfin indicaba que decía la verdad. Tampoco es que Baz tuviera motivos para desconfiar de él. Pero, a pesar de ello, algo en Baz le hacía dudar.

—No os creo —comentó el guerrero.

—Pensadlo bien. Seguro que le estáis haciendo un favor pero no tenéis muy clara la razón.

—Pues… —Baz ya no se sentía tan seguro. Las palabras del rey se ajustaban bastante a lo que llevaba sintiendo desde que empezara a acompañar a Tayner. El chico había tratado de robarle su bolsa de dinero y, aun así, él se ofreció a ser su guardaespaldas.

—Y sus ojos os recuerdan a alguien. Quizás a los de un antiguo amor —continuó Morfin—. ¿Tengo razón?

—Sí… —consiguió responder Baz.

—Son los efectos del Cristal de Marggen. Lo sé bien porque Tayner me lo robó mientras vivía en mi castillo.

Baz miró al príncipe esperando que le diera una explicación, pero el chico no parecía demasiado dispuesto.

—Entonces ¿quieres que te lo devuelva? —preguntó el guerrero.

—Ya no es posible —apuntó Morfin—. El Cristal se ha vinculado al chico. solo él puede usarlo. Sin embargo, estaría dispuesto a aceptar algo en compensación por todo el daño que me ha causado. No demasiado lejos de aquí hay una cueva en la que podréis encontrar un collar de platino con una gema roja como la sangre. Traédmelo y estaremos en paz.

—Hablas en plural —dijo Baz—. ¿Qué te hace pensar que voy a ayudarle después de saber que me manipula? Además, yo tengo otras cosas que hacer en Birnik.

—Podría decir que tienes un sentido de la justicia demasiado elevado como para dejar que el muchacho vaya solo. Pero si eso no es suficiente, te invito a que mires sus ojos.

El guerrero no necesitó hacerlo. Una punzada de dolor le atravesó el corazón al imaginarse lejos de esos preciosos ojos verdes que tanto le recordaban a Trelios. Era obvio que no podría abandonarle. Le acompañaría aunque eso significara no llegar a Birnik.

—Está bien —se rindió Baz—. ¿Qué tenemos que hacer?

—A un kilómetro encontraréis un desvío —le explicó el rey Morfin—. Cogedlo y continuar hasta que encontréis una pequeña montaña solitaria. La llaman Reevert Tull y en su base encontraréis una pequeña escalera de piedra que os llevará al interior de una mazmorra. Allí hallaréis la joya que tenéis que entregarme. Yo os esperaré en la posada que hay en el siguiente pueblo.

—Oiga ya que voy a trabajar para usted ¿no le sobrarán unos pantalones para dejarme?

—Lo siento, aunque créeme cuando te digo que estás mucho mejor así de lo que estarías vestido —respondió el rey sonriente.

viernes, 20 de junio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 10

Gotthold tardó bastante en apartar sus ojos de mí (sobre todo, de una zona en concreto), pero no hizo nada más. En contra de lo que había esperado, en lugar de abalanzarse sobre mi fuerte y atractivo cuerpo, prefirió continuar con los preparativos para empezar la caza del monstruo. Era una auténtica lástima, porque yo me moría por abalanzarse sobre su fuerte y atractivo cuerpo. Estaba tan sumamente bueno que no me hubiera sorprendido si, en cualquier momento, me hubiera empezado a sangrar la nariz (igual que a los personajes manga cuando ven a la heroína en sujetador). Sus abdominales bien merecían una hemorragia. Eso por no hablar del resto de su aristocrático cuerpo. Todo en el conde me gustaba: los gemelos prominentes, el culo redondeado, las caderas marcadas, el fino vello que cubría sus brazos, la vena que recorría su pectoral derecho, los hinchados bíceps, otras cosas que también se encontraban algo hinchadas… hasta sus rodillas me parecían bonitas.

Pero como parecía que aún no había llegado el momento de retozar, decidí imitar a Gotthold y me puse a meter la ropa dentro de mi enorme mochila. Eso sí, me situé muy cerca de él, para que pudiera ver lo que se estaba perdiendo.

—¿Y ahora qué toca? —pregunté.

—Pues… —comenzó algo nervioso tratando (sin mucho éxito) de no fijar su vista en mi entrepierna. Se notaba que el pobre lo estaba pasando fatal con el asunto del nudismo. Empezaba a darme un poco de pena—. Deberíamos… meternos en el lago antes de que se esconda la luna —consiguió decir—. Más tarde la marea estará demasiado alta.

—Por supuesto, ya me había olvidado de la marea del lago de montaña —apunté. Seguía dudando de que algo así existiera, pero me hizo feliz pensar que quizás esa era la razón por la que Gotthold se había resistido a mis encantos. Primero había que atender al deber y adelantarse a la marea. Más tarde tendríamos tiempo de sobra para achucharnos.

—Te advierto… que está bastante fría —continuó el conde ignorando mi comentario.

—De eso me puedo encargar yo —dije.

Admito que desde que ejerzo como “brujo a domicilio” no he tenido ocasión de conocer demasiados hechizos. Puede que el título de brujo me quede algo grande. Pero la verdad es que la magia es complicada. Cada encantamiento parece contar con su propia consciencia y sólo permiten ser estudiados si te consideran apto. No es algo que me ocurra a menudo, pero por suerte para nosotros hubo un hechizo para calentar agua que pensó que yo era digno y me permitió aprenderlo. Debía ser un hechizo algo tonto porque tampoco es que sea muy complicado. Sólo hay que encender un mechero bajo el agua y gritar “rolac”.

—Ya está —anuncié feliz mientras apilaba una piedras junto al lago y depositaba sobre ellas el mechero. Siempre es bueno tener un detalle con los elementales de la tierra, especialmente en lugares en los que hay leyendas sobre espíritus que van lanzando maldiciones a los viajeros que pisan una hormiga.

—Es increíble —comentó Gotthold tras probar el agua—. Señor Nicholas, es usted una persona portentosa.

—Y, además, doy unos masajes sensacionales ¿le apetece uno? Percibo cierta tensión en varios de sus músculos. Sus hombros —dije palpándole la zona—, su espalda —continué pasando mis manos por sus omóplatos—, sus glúteos, su ingle…

—Creo que será mejor que nos apresuremos —dijo el conde antes de que tuviera ocasión de tocar la última de las partes que había mencionado—. Ya sabe, la marea.

—Está bien —acepté a regañadientes.

Gotthold se puso su mochila y, sin decir nada más, se metió en el lago. Yo le seguí de cerca. Por suerte la temperatura del agua era bastante agradable.

miércoles, 18 de junio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 9

Cruzamos el pequeño pueblo hasta un cobertizo a las afueras en el que Gotthold tenía preparado y escondido todo el equipo necesario para esa noche. Para esa y para el resto de noches de nuestras vidas, a juzgar por el tamaño de las mochilas que sacó. La que me correspondía cargar a mí me llegaba a la cintura, pesaba unos quince kilos y era incapaz de imaginar lo que guardaba en su interior. Nunca en mi, aún incipiente, carrera de brujo a domicilio había necesitado tantas cosas para una aventura. Ni si quiera la décima parte. Una estaca afilada, algo de plata, talismanes mágicos, varios preservativos cuando la situación se volvía divertida... lo típico en la vida de cualquiera que se dedique a combatir contra el mal. El truco está en saber a qué te enfrentas y en coger el material apropiado para cada ocasión. Sería absurdo llevar a una cacería de vampiros, por ejemplo, piruletas de sandía (créanme, lo de intentar provocarles caries no funciona) a no ser que haya por la zona gnomos de la oscuridad, claro (se derriten como un muñeco de nieve en agosto).

Pero mucho me temía que Gotthold, a pesar de contar con un buen puñado de insoportables leyendas familiares, no tenía ni idea de a qué íbamos a enfrentarnos exactamente.

—¿No piensas que sería más apropiado venir al amanecer? —le dije mientras nos adentrábamos por un diminuto sendero que, atravesando un bosque, se adentraba colina arriba. La luz de las linternas era la única que alumbraba nuestro camino, pues hasta la luna había desaparecido en el cielo—. Los monstruos suelen estar adormilados por el día y resultan más manejables.

—Creía que habíamos quedado en que esta forma sería la mejor —me respondió el conde—. Por las mareas del lago y los nervios de mi madre.

—Tu madre no va a estar más tranquila porque estés en el pub del pueblo. De hecho, seguro que se pasa la noche esperando en vela junto a la ventana de su habitación aguardando tu regreso.

—Aun así está el tema de las mareas —insistió Gotthold.

—Todavía no me creo que un lago de montaña tenga mareas —repliqué algo enfadado. No suelen gustarme los paseos por la oscuridad. Cualquier cosa podría estar a punto de atacarnos en ese momento. Hombres lobos, momias, quimeras... o, incluso, ¡¡hormigas!!

—Pronto lo veréis. Entretanto deberíais guardar el aliento para el trecho que nos queda.

A mí me hubiera gustado continuar con la discusión, pero pronto tuve que hacer caso al conde. La pendiente del sendero se había hecho demasiado pronunciada para quejarse y respirar al mismo tiempo. Y así seguí durante la más de media hora que ascendimos por la inclinada ladera de la montaña en silencio absoluto (salvo por las maldiciones que soltaba cada vez que me tropezaba o resbalaba). Cuando llegamos a nuestro destino, estaba más cansado de lo que había estado en años. Lo único que me apetecía era tirarme junto al lago y dormir un par de días. Aunque no tardé en recuperarme. La luna había vuelto a iluminarnos desde el cielo y bajo su luz pude contemplar a Gotthold, desnudándose. Su torso era aún más perfecto de lo que me había llegado a imaginar, desde sus hombros hasta el pequeño ombligo que se hundía en el centro de su abdomen. Y lo que había debajo de la cintura tampoco desmerecía al conjunto. Todo lo contrario.

—Vaya cabeza tengo, se me han olvidado los bañadores. Las mochilas son impermeables. Podemos guardar la ropa dentro para evitar que se moje, pero tendremos que nadar completamente desnudos —me explicó al ver que le observaba. Se le notaba incómodo y estaba seguro de que en cualquier otra situación se habría tapado. Pero, por suerte para mí estábamos a punto de nadar desnudos y el pudor no tenía demasiado sentido.

—Ningún problema —dije bajándome los pantalones y los calzoncillos de una sola vez.

Sus ojos se abrieron de par en par al contemplar lo que yo guardaba bajo la ropa y en el estado en el que se encontraba. Ya no me sentía cansado.

martes, 17 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 06

Baz adoptó una postura de combate ante las sombras amenazantes, esperando que la envergadura de su imponente arma erguida hacia el cielo nocturno (la que llevaba en la mano, no la del taparrabos) impulsara a sus atacantes a retirarse. No sabía dónde estaban, era imposible ver nada más allá del halo de luz que despedía la hoguera, así dio un par de vueltas alrededor del fuego para asegurarse de que pudieran contemplar el tamaño de su espada.

—¿Qué estáis buscando? —preguntó Baz al tenebroso bosque. Empezaba a ponerse nervioso. Era algo que le ocurría cuando se enfrentaba a situaciones inexplicables e ilógicas, como el hecho de continuar vivo si (como suponía) se encontraba rodeado de asesinos. También se estaba cabreando—. ¿Qué queréis? —gruñó con toda la fuerza de sus pulmones. El severo entrenamiento de su infancia fue lo único que impidió que alguno de los presentes necesitara un pañal en esos instantes.

—Bueno, basta de gritos y alaridos —oyeron que decía una voz profunda y autoritaria que salía de la oscuridad. Pronto pudieron ponerle cara, pues una figura entró en el círculo iluminado. Era un hombre bastante mayor, podría ser el padre de cualquiera de ellos, aunque se veía que se mantenía en bastante buena forma. Vestía unas ropas tan caras como las de Tayner (o quizás más).

—¿Quién es? —preguntó Baz preocupado por si se trataba de alguien importante ante el que tuviera que hacer una reverencia. Al menos sabía que no se trataba del rey Yurgos. No se parecía a la cara que salía en las monedas.

—Yo, joven nudista, soy el grandioso rey Morfin, gobernante supremo de Elveiss —se presentó el recién llegado, evidentemente ofendido ante al ignorancia del guerrero.

—¿Es tu futuro suegro?

—Bueno… —comenzó Tayner—. En realidad, no era con Rassa con la que me iba a casar…

—¿Qué? —preguntó Baz atónito—. Pero si casi podría ser tu abuelo. Señor —continuó dirigiéndose al rey Morfin—, no permitiré que os aprovechéis de un joven inocente.

—Es la primera vez que oigo a alguien decir que Tayner de Kierg es inocente —se rio Morfin.

—Habéis obligado al rey Yurgos a entregaros a su hijo pequeño en matrimonio a cambio de la paz —prosiguió Baz—. Y eso es algo que no debo permitir.

—Pero si fue idea de Tayner —replicó el rey Morfin mientras a su alrededor empezaban a agolparse soldados ataviados con armadura amarilla. Seguramente, no les habían hecho gracia las últimas amenazas había escuchado por boca del guerrero.

—Lo haría por su patria.

—O porque quería asegurarse seguir siendo rico si su padre le desheredaba —contestó el monarca—. Mirad, sé que lo hacéis de buena voluntad, pero no podemos continuar con esta conversación hasta que asumáis que ese pequeño timador os ha hechizado.

lunes, 9 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 05

Baz y Tayner reemprendieron el camino hacia el pueblo de Birnik bajo la atenta mirada del misterioso personaje que, desde sombras cercanas, les seguía con paciencia. El ritmo de la marcha seguía siendo demasiado lento para los gustos del guerrero y excesivamente rápido como para que lo soportaran los delicados pies del príncipe. Sin embargo, a pesar de que ambos estaban descontentos con la velocidad de la caminata, ninguno de los dos dijo nada en varias horas. Baz, que parecía haber asumido que no lograría su objetivo, prefería guardarse sus opiniones para sí mismo mientras que Tayner no disponía de aliento suficiente para poder hablar o quejarse. Aunque de haber podido, tampoco lo habría hecho pues temía que el guerrero le dejara a merced de los asesinos que le perseguían si volvía a decir lo que pensaba. Así transcurrieron varias horas hasta que, con el anochecer, no les quedó más remedio que posponer el viaje.

Tayner se dejó caer junto a la hoguera que había encendido su compañero de viaje. Estaba completamente agotado y los pies le dolían como si llevara las botas llenas de piedras. Cuando se consiguió descalzar, encontró que le habían salido cuatro enormes ampollas en la planta y el talón. Tenía tan mala pinta que Baz sintió remordimientos por haberle obligado a caminar durante tanto tiempo.

—Déjame ver —dijo agachándose frente a él.

—Con cuidado —le pidió el príncipe levantando el pié con gesto de sufrimiento.

—Son bastante grandes. No muy lejos de aquí hay un río, me acercaré mañana a buscar hierba de Gremio. Eso te aliviará los dolores.

—Eso sería fantástico.

—Aunque tenemos que conseguirte un calzado más apropiado para que camines. Con estas botas finas no vas a llegar lejos —opinó el guerrero—. A mí no me importa ir descalzo así que, si quieres, te puedo prestar las mías hasta que te encontremos unas para ti.

—Gracias.

Por segunda vez en el día, sus ojos se fijaron en los del otro y el verde intenso de los iris de Tayner consiguieron que el vello (y algunas cosas que no eran vello) se le pusieran de punta al tiempo que un escalofrío recorría su espina dorsal. Atrás quedaban las quejas y los improperios. Nada le importaban sus órdenes despóticas ni su trato vejatorio. En ese momento, lo único que veía era a un muchacho que había aguantado el dolor de las cuatro ampollas sin decir nada y que tenía los ojos más bonitos que contemplaba en mucho tiempo. Pero antes de que pudiera seguir sus instintos y transformar sus pensamientos en hechos, fueron interrumpidos por un grito.

—¡Les he encontrado! —oyeron que decía alguien desde la oscuridad del bosque.

—¿Qué ocurre? —preguntó el príncipe asustado.

—Parece que vamos a conseguirte unas botas antes de lo esperado —apuntó Baz desenvainando su espada.

viernes, 6 de junio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 8

Habría dado cualquier cosa, incluso la cartera que me da dinero cuando y para lo que ella quiere, por poder darle un largo y sensual "masaje" a Gotthold en ese momento. Hubiera sido una forma maravillosa de calmar los punzantes nervios que habían empezado a bullir en mi interior desde que me contara los detalles de esa misión casi suicida. El "casi" lo pongo porque ninguno de los dos (yo al menos) teníamos la intención o la previsión de morir esa noche, pero sabía que iba a estar complicado. Entrar en la guarida de un monstruo capaz de producir terremotos justo en las horas en las que es más activo... a mí se me parece bastante a una "misión suicida". Aunque lo que la definía aún mejor era "misión de estúpidos gilipollas". O, para ser más precisos, "misión de estúpidos gilipollas que no pueden esperar a que amanezca porque la mamá gritona se preocupa".

Sin embargo, por mucho que deseara ese "masaje", no lo conseguí. Sería que Gotthold se encontraba demasiado distraído con los preparativos de nuestra inminente aventura. Era lo único que explicaba su falta de interés hacia mis atenciones porque estaba seguro de que se sentía atraído por mí. Le había visto hacer un minucioso repaso de mi estupendo cuerpo desnudo. Y, además, no hay que olvidarse de que yo soy yo. Hay pocas personas, casi personas, ex-personas, medio personas o cosas con forma de personas que sean capaces de resistirse a mis encantos. Hasta ese día, no se me había escapado nadie y Gotthold no iba a ser el primero. Esa noche, mientras nos arrastráramos por oscuros pasadizos, pensaba emplearme a fondo para conquistarle con mi atractivo.

Pero antes del romance y los monstruos, nos tocaba cenar con la señora de la casa en su comedor de gala. Era increíble que entraran tantas habitaciones en un castillo que, al menos por fuera, resultaba tan ridículo y diminuto que parecía una atracción infantil.

—El primer conde de Ameisenhaufen era bastante pobre —me comentó la señora cuando le pregunté por las reducidas dimensiones del edificio.

La arquitectura de la mansión Hormiguero no era un tema que me interesara en absoluto, pero necesitaba que la señora pusiera su atención en algo que no fuera su hijo y ese fue el único que me vino a la mente. Gotthold llevaba toda la cena comportándose de forma extraña. Se reía a destiempo, se enfadaba por cualquier menudencia, se le caían las cosas y se atragantó un par de veces. Seguramente, sentía remordimientos por hacer cosas a escondidas de su querida madre. Esa noche estaba dispuesto a demostrarle que las cosas que se hacen a escondidas de las madres, siempre son las mejores.

—Pero al contrario de lo que cuenta la leyenda —prosiguió la mujer observando a su retoño, que en ese instante masticaba con la mirada perdida en el vacío—, no contó con la ayuda de un genio u otro ser maravilloso. Tuvo que construirse él mismo el castillo usando las piedras que tomaba prestadas de una cantera cercana. Al final, viendo que la fachada exterior iba a quedar algo pequeña, se le ocurrió agrandarlo hacia abajo, excavando en la suelo. Esa es la razón por la que es más grande por dentro que por fuera.

—¿Y esto es el sótano? —continué.

—Sí, en esta planta están las cocinas y más abajo la carbonera.

—Cuentan que mi antepasado cavó tan hondo que llegó a encontrarse con el ser inimaginable del que le había hablado el espíritu de las montañas —dijo Gotthold de repente—. Se vio obligado a dinamitar un túnel para evitar que le persiguiera hasta la superficie.

—En mi familia se cuenta que mi tatatatatarabuelo tenía la minga tan larga…

—¡Señor Nicholas! —me interrumpió escandalizada la señora—. No diga ordinarieces en la mesa.

—Serán ordinarias, pero son las leyendas de mis antepasados —me quejé—. Y, además, son más divertidas que las suyas que sólo hablan del monstruo de las narices.

—Querida madre —intervino el conde antes de que la señora desatara su cólera sobre mí—, creo que es evidente que el señor Nicholas está nervioso y cansado del viaje, así que me lo voy a llevar al pub del pueblo para que se tome algo que le relaje. No nos esperes levantada.

—¡Qué bien! La verdad es que me apetece una cerveza —susurré al oído del conde.

—Pues tendrá que esperar a mañana, porque ahora nos vamos a cazar a un monstruo.

—Ya me lo temía yo.

martes, 3 de junio de 2014

"Hero" de Perry Moore

En 2007 Perry Moore, productor ejecutivo de la película “Las Crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario”, publicó el que sería su primera y única novela, “Hero”, que contaba la historia sobre Thom Creed, un adolescente de dieciséis años que no sólo se ve obligado a esconder al resto del mundo que es homosexual (especialmente a su padre), también tiene que lidiar con los incipientes poderes que empieza a manifestar.

El libro sorprendió a lectores de todo el mundo por su temática atrevida, la mezcla de géneros (por entonces los superhéroes homosexuales no eran tan conocidos por el público), su ritmo rápido y ameno, su trama absorbente y, sobre todo, por la naturalidad con la que se planteaban asuntos tan espinosos (para algunos) como lo son el despertar sexual en la adolescencia o el descubrimiento de la propia orientación sexual.

La novela tuvo tanta repercusión que ganó varios premios y su protagonista suele aparecer entre los personajes gais más importantes de la literatura estadounidense. El propio Stan Lee (creador de los Vengadores, Spiderman, los 4 Fantásticos y la Patrulla X) quiso adaptar el libro a una serie de televisión, aunque al final el proyecto fue cancelado (y dudo mucho que lo retomen después de que su autor falleciera hace tres años). Una pena. Yo, personalmente, tenía muchísimas ganas de que la hicieran porque me encantó el libro. Es divertido, ameno y fácil de leer. Y va de un superhéroe gay. Creo que no se puede pedir más.

A pesar de su éxito al otro lado del charco, el libro nunca ha sido traducido a nuestro idioma, por lo que si alguien quiere comprárselo tendrá que ser en inglés. Pueden conseguir Hero en IberLibro (página especializada en la venta de libros por internet directamente desde librerías de todo el mundo). Allí hay ejemplares de segunda mano por sólo 0,81€ (más gastos de envío) o nuevos a 8,36€ y con los gastos de envío incluidos.

Espero que les guste.

lunes, 2 de junio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 04

En esos momentos iniciales, Baz pensaba que hacer de guardaespaldas de Tayner no alteraría su cuidada planificación y que si iban a buen ritmo, incluso, podrían llegar a recuperar el tiempo que había perdido luchando contra los hombres de negro. Pero eso no era más que una fantasía y el guerrero no tardó mucho en darse cuenta de lo poco que se parecía a la realidad. Para empezar, la velocidad del príncipe se alejaba bastante de lo que Baz consideraba aceptable y su resistencia era tan nimia que se cansaba cada cien metros. Sin embargo, estas no eran las peores de sus cualidades. Ese honor le correspondía a su actitud, pues el chico no dejaba de quejarse y dar órdenes. Era tan insistente que el guerrero llegó a aceptar (a regañadientes) que hicieran una parada a la hora de salir para que Tayner pudiera reponerse (palabras textuales) “de esa atroz caminata y de las fuertes emociones que había sufrido en ese día terrible”.

Baz era una persona tranquila y pacífica (salvo en lo referente a los malvados, por supuesto) pero estaba muy sorprendido de no haberle dado al príncipe un puñetazo. Le resultaba tan curioso como que aceptara ser guardaespaldas de alguien tan rastrero. Se decía a sí mismo que abandonar al muchacho a su suerte cuando le perseguían asesinos despiadados iba en contra de su honor y del juramento que hiciera frente al padre del chico (el rey) prometiendo proteger a los desvalidos y a la casa real. También era cierto que le necesitaba para comprarse nuevos ropajes y víveres, pues nadie le atendería vestido (o desvestido para ser más preciso) de esa guisa. Todo eso era cierto y, aun así, no entendía por qué viajaba con él. Debía tener que ver con sus preciosos ojos verdes. Era la única virtud que le encontraba a alguien que conseguía sacarle de sus casillas con un par de palabras.

—¿Queda mucho? —preguntó el príncipe.

—Claro que queda mucho —replicó el guerrero enfadado. Empezaba a tener el terrible presentimiento de que no llegarían nunca a su destino.

—Deberías mejorar tus modales, ahora trabajas para mí —le reprendió Tayner.

—Queda mucho porque su señoría es lenta, holgazana y nos hace perder el tiempo continuamente —dijo Baz con una reverencia.

—La realeza no está hecha para andar. Por esos usamos carruajes —se quejó el príncipe.

—¿Y dónde está el tuyo? Dudo que llegaras andando hasta aquí.

—Se quedó donde me secuestraron, a pocas millas de la frontera con Elveiss —Comentó Tayner.

—¿Te dirigías allí? Creía que el rey Yurgos no tenía tratos con Elveiss.

—Mi casamiento con Rassa, la espantosa hija de Morfin, iba a solucionar eso —explicó el príncipe—. Casi me alegro de que me hayan raptado.

Durante un diminuto instante, Baz sintió lástima por el muchacho. Pero, como digo, tan solo duró un pequeño instante porque luego Tayner volvió a preguntar si quedaba mucho.

—Deberías llevarme a caballito —sugirió.

—Me parece a mí que eso no va a ocurrir.

—Si no lo haces, me sentaré en el camino y no me moveré —amenazó Tayner deteniéndose en medio del camino.

—Genial, así se lo pondrás más fácil a los asesinos que te persiguen —contestó Baz sin dejar de andar—. Y yo llegaré a tiempo a Birnik.

—No lo voy a hacer, pero solo porque soy una persona simpática y afable —continuó el príncipe corriendo junto a Baz. La mención de los asesinos que le perseguían parecía haberle puesto nervioso. Aunque más nervioso se hubiera puesto de saber que alguien les vigilaba entre los matorrales.